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refugiarse, a continuación, en territorio
español. Francia quiere que España
ocupe todo su territorio, impermeabilice
las fronteras y no permita
estos movimientos de la resistencia
marroquí.
España, obediente y con muchas prisas,
se apodera de Daora y Esmara en
el norte y de Bir Gandús en el sur, iniciando
una política expansiva que la
llevará a la ocupación casi total del
territorio. Queda fuera de su control
la zona al este de Esmara, que no se
ocupará hasta el final de la guerra del
Sahara, en 1958.
Es preciso analizar el tipo de ocupación
que realizó España, ya que tendrá
consecuencias graves en un futuro inmediato.
Veamos.
Al iniciarse este proceso, se construyeron
fuertes adecuados para imponer
respeto a los posibles enemigos,
facilitar la defensa de la zona y cobijar
a la población española o nativa
de las proximidades en caso de peligro.
Así, aparecen el fuerte de Villa
Cisneros, el de Cabo Juby y los tres
de Güera. Ahora, al adentrarnos hacia
el interior, cuando más peligros se
podían correr, se cambia de política.
El haber ocupado casi todo el territorio
104 / Revista Ejército n.º 973 • mayo 2022
sin disparar un solo tiro pesa en
la conciencia de los españoles, que,
para no incurrir en desconfianza hacia
los saharauis, que tan magníficamente
se habían portado, modifica
el tipo de construcción en las nuevas
zonas ocupadas y, en vez de erigir
fuertes con posibilidades de defensa,
levanta unos edificios pequeños que
solamente permiten vigilar el territorio
y obtener información sobre posibles
enemigos. Así se levantan Esmara,
Guelta Zemmur, Daora, Tichla, Bir
Nzaran, etc. Insólito, una vez más.
La política militar en el Sahara fue manifiestamente
mejorable. Se inicia con
pequeñas guarniciones en los puestos
existentes, que recibían refuerzos
desde Canarias en caso de conflicto
y se retiraban una vez resuelto el altercado.
El Sahara tenía un gran problema
desde siempre: los pescadores
que bajaban a tierra por avería en sus
embarcaciones o en busca de agua
potable, así como los náufragos llegados
a sus costas, sufrían, en muchas
ocasiones, la captura por parte de las
tribus de la zona. La liberación de este
personal, si no había muerto, suponía
gravosos rescates para los armadores
dueños de los barcos.
La llegada de la aviación francesa
al Sahara en su camino hacia Dakar
agravó este problema, pues los largos
trayectos sobre el suelo sahariano
eran proclives a las averías y a los
aterrizajes forzosos, con la captura,
muerte o rescate de sus pilotos. Ante
las enérgicas y reiteradas protestas
de Francia, en 1926 se crea la primera
mía a pie, con la misión primordial de
socorrer a los aviadores caídos en el
territorio sahariano y a los náufragos
llegados a sus costas. Esta mía pronto
se convirtió en una mía a camello que,
junto con otra a caballo, trataría de resolver
los problemas que se presentasen.
La dificultad en la adquisición de
los equinos necesarios recomendó su
conversión en otra mía a camello, animal
abundante en el desierto, por lo
que ambas unidades podían nutrirse.
La Dirección General de Marruecos y
Colonias reclutaba a los jefes, oficiales
y tropa y el «Majzén» del Protectorado
de Marruecos corría con los
gastos de las unidades. Insólito, una
vez más.
En 1937, en plena Guerra Civil, se
inicia la formación de cuatro grupos
nómadas a camello mandados por
capitanes. Dichos grupos sufren diferentes
vicisitudes a lo largo de los
Aviadores se trasladan en camello