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Croquis mostrando las posiciones de la IV Bandera durante la batalla de la Cuesta de las Perdices,
con señalamiento del puesto de socorro donde murió el padre Huidobro
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La situación, al amanecer del día 10,
es crítica. La tensión previa a nuevos
asaltos se hace patente, mas los oficiales
ordenan a sus hombres aprovechar
las pausas para enterrar a los
caídos en los cráteres de las bombas
y seguir perfeccionando las obras
defensivas. Los legionarios, habida
cuenta de la gran cantidad de bajas y
la saturación en el puesto de socorro,
se curan unos a otros: prácticamente
no hay nadie ileso a estas alturas de la
batalla. Sigue el enemigo atacando en
grandes masas, pero fracasa en sus
propósitos de romper el frente hasta
el día 11».
Transcurre la mañana de ese día 11
bajo un fuego de aviación que hace
presagiar un nuevo asalto. Efectivamente,
«sobre las 13:00 horas, el
enemigo, que no ha cesado un momento
de atacar nuestras posiciones
con toda clase de fuegos artilleros,
ataca violentamente en considerables
masas nuestro frente, saltando
de sus trincheras y llegando a las
nuestras, de donde es rechazado por
las Unidades de la Bandera, con granadas
de mano y en el cuerpo a cuerpo
». El puesto de mando y socorro,
situado en un chalé a inmediata retaguardia,
es destrozado por los proyectiles
de artillería de grueso calibre
«causando la muerte a gran número
de heridos y la baja de todos los practicantes
».
Con las trincheras convertidas en un
apocalipsis de lucha cuerpo a cuerpo,
y habiendo sido baja el capitán Rodrigo
Cifuentes, asume el mando de la
bandera accidentalmente el capitán
de la 12.ª Compañía, Carlos Iniesta
Cano, quien ordena retirarse al páter
Huidobro a dicho puesto de socorro
para preservar su vida (el capitán,
luego general, dejaría su testimonio
al respecto en sus memorias, publicadas
por la Editorial Planeta, Barcelona,
en los años 80, Memorias y recuerdos).
«No es preciso decir que el padre Huidobro
andaba como loco, como un
glorioso y santo loco, tratando de llegar
a todas partes, de confortar a los
heridos, de dar la extremaunción a los
que fallecían, de ofrecernos a todos
besar su crucifijo … En forma reiterada
le dije al capellán que su puesto
debía establecerlo en el lugar donde
se hallaba el botiquín o puesto de socorro.
Pero, asimismo, su respuesta
no tuvo variación. No concebía el padre
separase de sus queridos legionarios,
que se hallaban en la extrema
vanguardia.
Tuve que transigir por el momento;
pero pasadas unas horas y ante la
obturación de las trincheras, que llegó
poco menos que a total por acumulación
de cadáveres de legionarios
muertos, por el derrumbamiento
de muchos parapetos y por ingentes
masas de pertrechos destrozados a
causa del bombardeo, me vi obligado
a convertir lo que hasta entonces