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las fases finales de la campaña, en la
primavera de 1927, se usaron contra
los últimos grupos rebeldes refugiados
en la complicada orografía del Rif.
A partir de 1925 se mejoró el uso de
estas armas y la doctrina de empleo.
Se comenzó a bombardear por la noche
porque hacía menos viento y el
fresco permitía a la iperita mantenerse
más tiempo en el área, consiguiéndose
así la persistencia y concentración
necesarias. Un manual español
de guerra química de 1924 indicaba
que la iperita puede usarse para impedir
al enemigo el acceso a determinados
puntos estratégicos, ríos o
pasos, así como para defender a las
tropas propias o para proteger una
retirada por medio de la «iperitación»
del terreno que se quiera negar al enemigo.
Se calcula que el total de iperita fabricada
en Melilla oscilaría entre los
treinta mil y los cincuenta y cinco
mil kilogramos, lo que daría para entre
cuatro mil y siete mil proyectiles
de 155 mm o bombas C5. Además,
hay que sumar cuatrocientas bombas
cargadas con fosgeno, probablemente
de origen británico.
LA EFECTIVIDAD DE LAS
ARMAS QUÍMICAS
Ignacio Hidalgo de Cisneros, uno de
los primeros pilotos en usar químicos
90 / Revista Ejército n.º 973 • mayo 2022
contra los rifeños en 1923, afirmó
en sus memorias: «No sé si la iperita
hizo algún daño (…). Llevábamos tiradas
unas sesenta bombas (…). Parecía
que los moros hacían gárgaras con la
iperita». Un día una de las bombas se
rompió sin detonar en el aeródromo,
lo que provocó más de veinte bajas.
Entre los fallecidos se encontraba el
capitán Planell, jefe de la «guerra química
»14. La supuesta baja efectividad
del gas mostaza relatada por el piloto
pudiera deberse a una escasa concentración
del tóxico15, así como a las
altas temperaturas en la zona, que favorecían
su evaporación.
Alberto Bayo Giraud, piloto destinado
en el aeródromo de Tauima (Melilla),
expuso su extrañeza por los gases
amarillentos que salían de las bombas
y afirmó que solo fue consciente del
daño que estos produjeron al ver el
efecto en pacientes de un dispensario
cercano a un área «iperitada». El piloto
protestó ante sus superiores, lo que
le valió su suspensión por seis meses.
Este testimonio resulta chocante,
cuando menos, dado que es poco
creíble que un militar no supiera ni lo
que es el gas mostaza, ni sus efectos,
ni tan siquiera lo que transportaba en
su avión, sobre todo habida cuenta
de lo delicado de la preparación y el
transporte de estas bombas.
CONCLUSIONES
Se calcula que España usó unas cien
toneladas de armas químicas en los
cinco años de conflicto. En Ypres, en
un solo día, se usaron ciento setenta.
En total, se utilizaron unas veinticuatro
mil toneladas durante la IGM. La
diferencia es tal que calificar la acción
de España como «guerra química» es
una licencia poética de difícil justificación
histórica.
A pesar de lo que se afirma en los
textos de María Rosa de Madariaga
y Carlos Lázaro, así como en los
de Sebastian Balfour, los efectos de
estas armas sobre los rifeños debieron
de ser muy limitados o insignificantes
en comparación con los de las
armas convencionales. Además, la
inexistencia de registros rifeños hace