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se agotó la escasa dotación argentina.
En tierra los reclutas ofrecieron
mucha más resistencia de la esperada
ante las fuerzas de operaciones
especiales que mandaba el entonces
teniente coronel Michael Rose, quien
sería unos años después, ya teniente
general, comandante de la fuerza española
desplegada con UNPROFOR
en Bosnia.
En la medicina de combate, y dado el
ambiente gélido de la zona de operaciones,
se descubrió que la aplicación
del frio tenía enormes posibilidades
para incrementar las expectativas
de los heridos. También en el campo
de la ingeniería, sorprendieron los argentinos
con su capacidad para recuperar
en breve plazo la pista del aeropuerto,
bombardeada con profusión y
renovada inmediatamente con el uso
de placas metálicas.
En el campo del derecho humanitario
los grandes perdedores fueron los
soldados de reemplazo argentinos,
que en algunos casos sufrieron maltratos
inaceptables por parte de alguno
de sus mandos y, en el fragor de los
combates, asesinatos sumarios por
parte de ciertos desalmados británicos.
Todo contribuiría para aumentar
el malestar de la población argentina,
que tomaría las calles a medida que se
iban conociendo informaciones sobre
la falta de la mínima planificación con
la que la Junta militar se había lanzado
a la Operación Rosario.
Tras un periodo de grandes turbulencias
sociales tras la rendición, la Junta
convocaría elecciones generales que
serían ganadas por la Unión Cívica
Radical del presidente Raúl Alfonsín,
quien, tras acceder al Gobierno, pondría
en marcha un profundo proceso
de depuración de responsabilidades.
CONSIDERACIONES FINALES
Como tantos otros conflictos, la guerra
de las Malvinas pudo ser evitada y,
también como en muchas ocasiones,
los intereses de la dirigencia política,
de un lado y de otro, estaban detrás de
la imparable marcha hacia el enfrentamiento
bélico. Es indudable, para
quien esto escribe, que el derecho
estaba y está del lado argentino, por
más que los británicos intenten en los
últimos años que prevalezca su teórico
76 / Revista Ejército n.º 973 • mayo 2022
derecho de ocupación, aunque
esto no debiera extrañarnos a nosotros,
españoles.
Los británicos
tienen un
problema en
cuanto a la
aceptación de la
pérdida de estatus
de potencia global
Los británicos tienen un problema en
cuanto a la aceptación de la pérdida
de estatus de potencia global. La
política de descolonización marcada
por las Naciones Unidas fue ejecutada,
por medio del invento de la Commonwealth,
con éxito aparente; pero,
como en el caso de las Malvinas, aún
existen territorios en los que el orgullo
británico parece resistirse a desaparecer.
Suelen ser enclaves estratégicos,
como la isla de Diego García en
el Índico, compartida con los Estados
Unidos, y que supuso la expulsión
manu militari de sus legítimos habitantes;
la propia Gibraltar, las Antillas
británicas, donde Barbados recientemente
abandonó la Commonwealth;
Ascensión, Santa Elena y Tristán de
Acuña en el Atlántico. Todo un rosario
de enclaves que en el pasado tenían
como justificación la necesidad para
el entonces Imperio de contar con
puntos de apoyo y preposicionamiento
para, en su caso, controlar o defender
las vitales rutas de navegación;
concepto que parece actualmente
calcado por China con su doctrina
del collar de perlas. Hoy esos aspectos,
para los británicos, han perdido
toda justificación, puesto que hasta el
unánime apoyo de la Unión Europea
durante la guerra de las Malvinas sería
hoy, tras el Brexit, mucho más contextualizado.
No obstante, en el caso de las Malvinas,
ocupadas por un ínfimo número
de habitantes, encontramos motivos
de interés para el mantenimiento de
la ocupación británica. El más importante,
que a menudo se olvida, es el
derecho de participación en el Tratado
Antártico que la ocupación de
estos archipiélagos le otorga; la disminución
del coste económico, que
actualmente es sufragado por las licencias
pesqueras y el turismo, y, en
clave de futuro, las posibilidades de
explotación de hidrocarburos. Todo
ello no sería suficiente si Argentina
contase con una estructura social y
política fuerte, algo que, desgraciadamente,
brilla por su ausencia; y
también si, más allá de la tradicional
retórica de apoyo hispanoamericana,
existiese un claro concierto continental
que impidiese la comunicación de
las islas, obligando con ello a cargar
con todos los costes a los británicos,
lo que haría sin duda poco menos que
imposible el mantenimiento del actual
estatus.
Se cumplen cuarenta años desde el
aciago enfrentamiento entre estos
dos países y el conflicto sigue estando
ahí, adormecido, pero siempre a punto
para que, de nuevo, una situación
política apropiada pueda darle cuerda
para ser usado en interés de algunos,
como ocurrió en 1982.
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