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Nos centraremos en tratar de entender
el contexto histórico-social en el
que España usó estas armas, utilizando
fuentes que nos permitan una
aproximación a la mentalidad y al
marco legal de la época. Concluiremos
afirmando que su uso por parte
de España no fue tan masivo como se
ha podido creer y que, al enmarcarlo
en su contexto histórico, nos vemos
obligados a huir de juicios fáciles.
LAS ARMAS QUÍMICAS
El 22 de abril de 1915, nace en Ypres
la «guerra química» contemporánea
con la liberación de 168 toneladas
métricas de gas de cloro1 de los grifos
de más de 5700 recipientes, lo que
causa unas cinco mil bajas en un frente
de 6,5 kilómetros.
Durante la IGM, en la que se aplicó
la lógica industrial al combate, estas
armas se usaron por primera vez
como factor estratégico, pero, a pesar
del perfeccionamiento en su empleo,
nunca fueron decisivas. Su mortalidad
nunca alcanzó el 5 %, mientras
que la de las armas convencionales
llegó a un 25 %.
Existen unas primeras referencias legales
internacionales sobre la prohibición
de su uso en las Conferencias
de La Haya de 1899 y 1907 (la «Declaración
de los Gases»), pero no fue
hasta el periodo de entreguerras que
se hizo una referencia expresa en el
Protocolo de Ginebra de 1925, en el
que se prohibía el «uso en guerra de
gases asfixiantes, venenosos, otros
gases o líquidos»2.
El Tratado de Versalles, en su artículo
171, prohibió a Alemania «el empleo
de gases tóxicos o asfixiantes (…), su
producción e importación». La generalizada
repulsa del público hacia estas
armas no era compartida por algunos
sectores militares y políticos,
que no entendían la «inhumanidad»
de su uso: «¿Es más humano un trozo
de metralla en las entrañas que tarde
hasta una semana en causar la muerte
que la inhalación de gases venenosos?
¿O las heridas producidas en las
extremidades por una explosión ante
las producidas por agentes vesicantes
en la piel?». Lo que sí reconocían
era lo complicado, caro y difícil que
era su uso en combate ante los desafíos
logísticos y tácticos.
Los aliados mantuvieron su posición
ambigua. Así pues, en Inglaterra no
pocos políticos, entre ellos el por entonces
secretario de Estado para la
Guerra y Aire, W. Churchill3, defendieron
el uso de armas químicas contra
los rebeldes en Irak y Afganistán
en 1931. Además, se mantuvo la inversión
pública en investigación en el
laboratorio de Porton Down. Francia
mantuvo sus reservas de proyectiles
químicos y sus programas de formación
en guerra química. Los Estados
Unidos crearon en 1918 su Servicio
de Guerra Química en Edgewood,