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espiral del silencio. La idea básica
es que el hombre social, el animal
político, la grey, suele llevarnos a una
cierta cobardía de opinión que, con
frecuencia, encuentra refugio en el
apoyo a la opinión de la mayoría. Un
castizo diría simplemente: «¿Dónde
va Vicente…?». Los experimentos
de Solomon Asch2 sobre comportamientos
por imitación en ascensores
a mediados del siglo xx son sorprendentes.
Este sesgo de conformidad,
esta pereza cognitiva que nos lleva
al seguidismo de opinión, tiene unas
consecuencias dramáticas porque
tamiza la razón, la diversidad, la confrontación
48 / Revista Ejército n.º 973 • mayo 2022
de ideas, y abotarga la
mente, que olvida que de la confrontación
de una antítesis a una tesis
inicial se deriva una síntesis de mayor
calidad intelectual.
Esta breve muestra de sesgos del receptor
nos puede hacer entrever el
inmenso campo para tener en cuenta
unos procesos cognitivos de cuyo
conocimiento se desprende una mayor
eficacia en el esfuerzo a la hora de
imponer nuestra voluntad o modificar
percepciones erróneas. Al fin y al cabo,
¿cuál es la causa, el objetivo principal
de los conflictos? Muy probablemente,
la imposición de una voluntad. Y la
voluntad es cognitiva; se produce en el
campo de la interpretación interna de
la información y de su transformación
en pensamientos y actitudes.
Fácil es defender la democracia como
«el sistema», aunque probablemente
dentro de un siglo o menos se descubran
otros sistemas políticos más eficaces
y directos que lo que ahora nos
parece la cima de la evolución de la
participación ciudadana. Pero, mientras
no lleguemos a ello, admitámosla
hoy como bien político supremo.
Si la cohesión —decía antes— puede
ser un clásico centro de gravedad
estratégico, la democracia occidental
puede ser también un objetivo de
primerísima importancia o centro de
gravedad político para un adversario.
Sin embargo, la democracia tiene
como piedra angular la tolerancia (habrá
más ángulos, no lo niego). Somos
demócratas porque toleramos otras
opiniones, toleramos que gobierne
quien es contrario a nuestra opción
porque fue avalado por la mayoría. Sí,
pero… ¿hasta cuándo? Posiblemente,
hasta que nos veamos amenazados.
Si nuestra seguridad, nuestra protección,
nuestro sustento o nuestra familia
se ven amenazados, la tolerancia se
resquebraja. No toleraremos grupos,
líderes u opiniones que puedan poner
en peligro esa zona confortable construida
con muchas generaciones de
sufrimiento. Ese riesgo puede considerarse
una vulnerabilidad crítica de
la democracia y el problema es que
crear una situación de amenaza falsa,
catastrofista y conspiracionista no
parece excesivamente complicado.
Igual que se crea, desde ese mismo
punto de vista cognitivo se puede y se
debe luchar contra ella, pero, afortunadamente,
¡ya tenemos el CCC!
Otro flanco débil de nuestra democracia,
con base en esa misma tolerancia,
es la manida (pero real) polarización
de la opinión pública. No hay más que
seguir cualquier foro de prensa en el
que los lectores puedan hacer breves
comentarios para comprobar lo enconado
de sus ideas, la rapidez del insulto
y el desprecio por la disonancia.
Opinadores unos, trolls otros, puede
ser un enfrentamiento casual, puede