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El último episodio bélico en Afganistán de veinte años de duración, parece confirmar
que este es un país que no se doblega ante ninguna potencia exterior y donde el invasor
ha tropezado varias veces en la historia.
Nadie, ni los más pesimistas, pudieron presagiar ese final, aunque ya se hubiera pactado
una salida, pero no en esas condiciones. Aquellos a los que parece se les derrotó, tras
el ataque contra las Torres Gemelas, accedían ahora de nuevo al poder. Y algunos
aspectos que ya se debían de haber aprendido de enfrentamientos pasados podrían
haberse vuelto a repetir en el contexto del siglo xxi
Les dimos todas las oportunidades para determinar su propio futuro. Lo que
no pudimos aportar fue la voluntad de luchar por ese futuro
J. Biden (17/08/21)
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INTRODUCCIÓN
De nuevo, la historia parece volver a
repetirse y Afganistán es ese lugar
maldito e imposible para numerosos
ejércitos extranjeros en su intento de
dominar un país. Omeyas, mongoles,
británicos, soviéticos y, en este siglo,
la coalición internacional liderada por
Estados Unidos no han conseguido
imponer su voluntad en el país centroasiático,
fracasando en sus pretensiones.
Desde el siglo xix, los afganos están
viviendo con especial turbulencia las
oleadas extranjeras en su territorio.
Así, el Imperio británico lo intentó varias
veces en el siglo de la industrialización,
cuando era la superpotencia
del mundo, tratando, entre otras
innovaciones, de introducir reformas
económicas, como en la India. La consecuencia
fue que un siglo después,
concretamente en el año 1919, no le
quedó otra opción que abandonar definitivamente
el país y otorgarle la independencia.
En 1979, la Unión Soviética entró en
el país y probó suerte con reformas
agrarias y una tímida incorporación
de la mujer al mundo laboral. Diez
años después tuvo que salir del país
debido al colapso económico que le
estaba provocando una guerra interminable.
Este acontecimiento se dice
que pudo influir notablemente en el
derrumbamiento de la URSS en 1991,
ya que fue un fracaso de grandes dimensiones
en su política exterior, con
un gran impacto en su política nacional.
El pasado mes de agosto, el mundo
entero asistió en directo a la caída del
país en manos de los talibanes frente a
una todopoderosa coalición occidental
y su tentativa de lo que algunos han
dado por llamar como la «occidentalización
de Afganistán». El recuerdo
en las retinas de familias enteras suplicando
acceder al aeropuerto de
Kabul para conseguir una plaza que
les permitiera salir del infierno afgano
supuso esta vez la derrota extranjera
de Estados Unidos y sus aliados y, por
supuesto, del pueblo afgano.
Nadie, ni los más pesimistas, pudieron
presagiar ese final, aunque ya se
hubiera pactado una salida, pero no
en esas condiciones. Aquellos a los
que se quiso derrotar un día accedían
de nuevo al poder, y algunos aspectos
que ya se debían haber aprendido
de enfrentamientos pasados podrían
haberse vuelto a repetir en el contexto
del siglo xxi.
LECCIONES DE LA ÚLTIMA
GUERRA DE AFGANISTÁN
Del último episodio bélico de Afganistán,
se pueden destacar las siguientes
enseñanzas:
Los valores de occidente no son
fáciles de extrapolar a todos los
territorios del planeta
Una de las principales enseñanzas
que se pueden extraer de estas dos
décadas de presencia en Afganistán
es que tratar de intentar que este territorio
se rija por los mismos cánones
que lo hace el mundo occidental es un
tremendo error y una misión abocada
al fracaso.
Afganistán es un cúmulo de etnias, religiones,
tribus, lenguas, etc., por lo que,
por encima de una identidad nacional,
está la de la comunidad. No se puede
pensar en construir un Estado porque
realmente nunca existió —tal y como se
entiende desde occidente— y, lo que
es más importante, nunca se tuvo una
idea de pertenencia a una nación.
Occidente ha pecado de desconocimiento
de la realidad afgana y de cegarse
en cuanto a que solo su forma
de vida es la verdaderamente aceptable
para el bienestar de sus ciudadanos.
Además, se ha hecho todo sin
los auténticos protagonistas, que son
solo los afganos.
La democracia, impuesta artificialmente
a una población que no está
predispuesta a ella porque prefiere
su forma de vida casi medieval y, sobre
todo, agotada por tantas guerras,
puede volverse rápidamente explosiva
y en su contra.