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había sido un ruego o consejo, en
una orden militar. Con todo mi cariño,
pero con gran firmeza, le dije al padre
Huidobro: «Mire, Padre: ahora se lo
ordeno como jefe. Retírese al inmediato
puesto de socorro, puesto que
allí habrán de congregarse los heridos
y asimismo se enviará a los que
fallezcan…»
Pocas horas después me llegó la noticia
de su gloriosa muerte, y sobre
todo mi dolor sentí el pesar inmenso
de creerme culpable, en cierto modo,
de su fallecimiento, ya que por orden
mía se trasladó al lugar en que cayó
después de haber estado tantas horas
98 / Revista Ejército n.º 973 • mayo 2022
en extrema vanguardia, donde
tanto se expuso sin el menor cuidado
de buscar la más pequeña protección
de su cuerpo.
Terminado el combate, al replegarse
el enemigo notablemente quebrantado,
me trasladé al tantas veces citado
puesto de socorro: el chalé de
las proximidades de Aravaca, donde
encontró la muerte. La tremenda explosión
de un proyectil de artillería
de 122/46 (sic)2 segó, en aquel día,
segundo de la Pascua de Resurrección,
aquel domingo, día del Buen
Pastor, la vida heroica y santa del padre
de la Compañía de Jesús Fernando
Huidobro Polanco, capellán de la
IV Bandera».
A esas alturas, literalmente, todo el
personal de la bandera que pueda
Restos de metralla del proyectil que mató al
padre Huidobro y estado en que quedaron
sus gafas y su cáliz (Archivo Jesuitas, Alcalá
de Henares)