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en el límite inferior de la horquilla que
contemplaba el Tratado de Prohibición
INF, hoy por hoy abandonada por
Estados Unidos y la Federación Rusa,
representa una amenaza directa
para las repúblicas bálticas, Polonia,
Ucrania y, en general, para Europa.
La decisión de continuar con el Tratado
START, con apenas profundas
discusiones y sin que se produzcan
avances en su finalidad —la disminución
de armas nucleares estratégicas—,
supone también un estancamiento
de la distensión en este tipo de
armas. Si sumamos todos los efectos
de esta banalización de los tratados al
abandono del Tratado ABM y el despliegue
del escudo antimisiles por
parte de Estados Unidos, las capacidades
nucleares que se les atribuyen
a sus medios y las reacciones posteriores
de la Federación Rusa, con sus
propios despliegues de misiles, la situación
actual se caracteriza por una
ausencia prácticamente total de medidas
de confianza, ratificada por la
renuncia de ambos al Tratado de Cielos
Abiertos, lo que asegura una gran
falta de seguridad general y, especialmente,
europea.
En esta situación, la vuelta, en cierta
manera, de la Federación Rusa
a una concepción ideológica de su
existencia basada en el temor por su
seguridad cuando nadie arriesga y la
amenaza es la misma es susceptible
de ser considerada como lo hacían los
antiguos detentadores del pasado Imperio
de la gran Rusia cuando afirmaban
que «la mejor manera de defenderla
era extendiendo sus territorios».
La negación a que los Estados limítrofes
a la Federación Rusa sean soberanamente
libres de elegir opciones de
adhesión que mejoren su seguridad,
sin ningún espíritu ofensivo, refuerza
la sensación anterior de gran retroceso
democrático en el país, paralelo al
incremento de su amenaza militar.
La predicción del SC. 2010 sobre la
posibilidad de que el ciberespacio fuera
utilizado como un nuevo espacio de
batalla para atacar a los países miembros
en sus infraestructuras críticas
ha quedado ampliamente demostrada
a través de los múltiples ataques
que se han producido en este periodo
sobre Occidente, cuya responsabilidad
se situaba, al parecer, en Rusia.
Estas acciones, ya consagradas en
las amenazas híbridas que se contemplaban
en el SC. 2010, han adquirido
una nueva modalidad, perturbando,
mediante la difusión de desinformaciones
y fake news, momentos electorales
importantes en Occidente. La
desinformación, aspecto importante
del discurso oficial ruso de la Guerra
Fría (la langue de bois que describía
la experta francesa Hélène Carrère
d’Encausse en sus análisis al respecto),
parece estar de vuelta y, con ella,
la falta de transparencia, que promueve
y aumenta la inseguridad.
La utilización del espacio exterior
como una extensión de los posibles
teatros bélicos también parece haber
ganado terreno no solo en el ámbito
de la inteligencia y las comunicaciones,
sino en las operaciones, cuyos
indicios recientes muestran la «vitalidad
» y disposición de medios precisos
de destrucción en ese campo, ya
mucho más cercano.
En la víspera de la irrupción de nuevas
tecnologías que van a revolucionar
los armamentos, como se está
comprobando en Rusia y China, la
situación de la industria tecnológica
de los europeos aplicada a la defensa
muestra la realidad de una importante
dispersión nacional, difícil de corregir
por las ambiciones de ciertas potencias
hegemónicas con respecto a
esas tecnologías, aspecto que impide
una «autonomía estratégica» pretendida,
además de los aspectos jurídicos
y políticos presentes todavía. La
OTAN precisa en este nuevo ciclo, y
Iskander, los misiles imparables que pueden llevar ojivas nucleares y que ya Rusia lanza en Ucrania