INTRODUCCIÓN
Decía Kant que la invención del puñal
precedió a la conciencia del imperativo
categórico («no matarás»1), es decir,
los avances técnicos se anticipan
a las orientaciones morales sobre su
uso. Y esta idea es aplicable al exponencial
progreso de la inteligencia artificial,
que plantea una gran cantidad
de preguntas para las que es necesario
encontrar respuestas, especialmente
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en nuestro entorno.
En él, hay tres elementos sobresalientes
y bien conocidos: la rapidez
inusitada de los cambios, la presencia
omnímoda de la tecnología digital,
de la que forma parte la inteligencia
artificial, y un tercero que daría para
muchos artículos de reflexión, la aparición
casi sistemática de eventos altamente
improbables, como si Nassim
Taleb hubiera dejado abierta la
cerca de los cisnes negros.
En este artículo se van a desarrollar
aspectos fundamentales del segundo
de los elementos mencionados, la tecnología
digital, de la que quiero destacar
dos características distintivas2,
aplicables a la inteligencia artificial.
La primera es su creciente potencia, la
cual ha alimentado el mito del «solucionismo
tecnológico», que consiste
en pensar que las tecnologías digitales
pueden resolverlo todo, que nada
les está vedado3. Esta creencia en su
poder ilimitado, y muy en particular en
el de la inteligencia artificial que podríamos
llamar fuerte4, ha alimentado
la imaginación cientifista, que mezcla
futuros distópicos con las posibilidades
reales de la tecnología.
La omnipresencia digital también nos
impide distinguir entre lo real y lo virtual.
Este asunto no es baladí: si no
está clara la distinción entre una persona
y una máquina, el individuo importará
poco y no significarán mucho
ni la justicia ni el Estado de derecho, al
menos como los conocemos.
La segunda característica de las tecnociencias
es que son intuitivas y antintuitivas
al mismo tiempo. El usuario
medio las maneja con facilidad:
nos venden por cantidades nada
despreciables un teléfono móvil con
más potencia de cómputo y capacidad
de almacenamiento que nuestro