ordenador de sobremesa y nos lo entregan
sin botones y sin marbete informativo
(como el que sí encontramos
en las raciones de previsión con
el esquema para montar un hornillo
con el que calentar latas). Y a pesar
de ello, por ser intuitivo, somos capaces
de usar ese terminal sobre la
marcha y personalizarlo con nuestra
información. Pero también es antintuitivo:
como no funcione a la primera
y el error no se resuelva apagando
y encendiendo de nuevo, tendremos
que recurrir a una legión de expertos
para salir del atolladero.
La inteligencia artificial participa de
estas dos características. El «algoritmo
» es el elemento que permite
mágicamente hacer lo que en efecto
hace, pero a la vez esconde su secreto
como un arcano reservado a los iniciados
en un rito escatológico. De ahí
el poder que están acumulando los
conocedores del misterio.
Y nuestra imaginación dibuja un futuro
oscuro, frío, azul, en el que dudamos
si el poseedor del todopoderoso
algoritmo, convertido en objeto
de adoración, es una persona o una
máquina.
Sin duda, la inteligencia artificial definirá
nuestro siglo. Declaraba Fuencisla
Clemares, directora general de
Google para España y Portugal, que
«la inteligencia artificial … va a ser
comparable al descubrimiento del
fuego»5. El ritmo de progreso de esta
tecnociencia va confirmando lo que
podría parecer una hipérbole interesada
de la responsable de una empresa
cuyo negocio son sus datos
(sus datos de usted, estimado lector,
me refiero), pero no exagera en absoluto.
Por eso, ante los profundos cambios
de paradigma (es decir, de procedimientos,
de herramientas, de mentalidades)
que tenemos ya presentes,
es preciso realizar una introspección
sobre el proceso de decisión en la era
de la inteligencia artificial y reflexionar
sobre sus aspectos éticos y jurídicos.
No va a ser tarea fácil porque la nuestra
es una época alejada voluntariamente
de la filosofía, de «cultura posfilosófica
», como la definió Victoria
Camps6. Pero es una tarea ineludible
para que el soldado conserve su
esencia en el próximo combate, en el
que estará acompañado por la inteligencia
artificial.
A pesar de esta dificultad, provocada
por el rechazo a la reflexión filosófica
(y cualquier aproximación a la ética
lo es), no podemos decir que haya
faltado tiempo o profetas. El profesor
Manuel Castells, exministro de
Universidades, escribía allá por 1998
que las mismas teorías que resultan
útiles para explicar el funcionamiento
de los artificios mecánicos también lo
son para comprender al hombre y viceversa,
«ya que la comprensión del
cerebro humano arroja luz sobre la naturaleza
de la inteligencia artificial»7.
Lo que barruntaba el profesor Castells,
la inteligencia artificial, también
se está incorporando a los procesos
militares, integrándose en la toma de
decisiones. Y, ante este nuevo paradigma
que se va conformando, el
Ejército es consciente de la necesidad
ineludible de impregnar de sentido
ético, transparente y responsable,
este proceso de transformación
digital, porque solamente el hombre
puede aplicar la ética y la legalidad a
la tecnología.
Por ello, hablar de algoritmos y humanismo
es especialmente sugerente,
porque aquellos y este se conforman
como el haz y el envés de una
misma realidad. Así lo veremos a
continuación.
LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
El estado actual de desarrollo de la
inteligencia artificial permite que un
programa basado en algoritmos realice
muchas tareas en un entorno complejo
e incierto, la mayor parte de las
veces con una precisión superior a la
de los seres humanos. Por ejemplo,
en el ámbito privado se están implantando
sistemas de inteligencia artificial
financiados con fondos europeos8
para apoyar a la abogacía.
Es muy llamativa la aplicación de sistemas
inteligentes en la administración
de justicia de Estados Unidos, donde
algunas jurisdicciones han adoptado
estas herramientas en muchas etapas
del proceso penal. Los algoritmos informan
de decisiones sobre fianzas o
la sentencia y muchos jueces recurren
al análisis predictivo para determinar
las medidas cautelares9, lo que despierta
no pocas controversias por el
sesgo detectado en los resultados10.
En España, la Policía Nacional ya utiliza
en algunas de sus comisarías un
algoritmo (VERIPOL) que detecta denuncias
falsas a través de machine
learning. No se trata de un proceso
puro de toma de decisiones, sino de
un modelo que calcula la probabilidad
de que una denuncia sea falsa y ayuda
a tomar la decisión correspondiente11.
En 2017, Roman Zaripov, joven de
veintiséis años especialista en marketing,
creó Alisa, un asistente con inteligencia
artificial. «Ella misma» postuló
su precandidatura a la presidencia
de Rusia12, esgrimiendo varias razones
por las que el país debería confiarle
su gobierno:
• 1) Proporcionaba soluciones bien
pensadas, basadas en la lógica y
en la honestidad, y no en las emociones
o el beneficio personal.
• 2) Sus reacciones eran rápidas,
pues analizaba más información y
más rápido que los humanos.
• 3) Tenía plena disponibilidad, pues
estaba siempre en línea y preparada
para responder preguntas o tomar
decisiones.
• 4) Consideraba la opinión de todos:
a través de una app, Alisa podía hablar
con millones de rusos y tenía
en cuenta su parecer para tomar
decisiones que beneficiasen a la
mayoría.
• 5) Alisa no envejece, Alisa no se
cansa, Alisa se hace cada día más
inteligente y efectiva.
• (6) Alisa te conoce; de hecho, gracias
a la inteligencia artificial, Alisa
te conocerá cada vez mejor porque
te recordará. Vota a Alisa por una
Rusia mejor.
Si la situación no fuera hoy la que es,
podríamos explayarnos jocosamente
con este caso de robots políticos, que
no es el único13. Nos tenemos que poner
serios y preguntarnos si podrían
los algoritmos alcanzar un poder político
efectivo. Algunos ya les atribuyen
la capacidad de detentar influencia
económica. Así, el historiador israelí
Yuval Noah Harari asegura que son
12 / Revista Ejército n.º 976 • julio/agosto 2022