la fabricación de T-72 (perdón, de
T-90) tuvo casi que empezar de cero.
Pero, aun así, resulta incomprensible
que en las tres décadas transcurridas
desde entonces (cuatro, si contamos
los primeros ejemplos de «torretas
voladoras» iraquíes) nadie fuera capaz
de afrontar de verdad el problema.
Y más aún si tenemos en cuenta
que ejemplos a seguir no le faltan: carros
occidentales como el Abrams o el
Leopard II transportan la munición en
el voladizo de la torre, en espacios separados
de la tripulación por mamparos
blindados y con cubiertas pre-fragmentadas
de manera que, en caso de
explosión, la onda expansiva se dirija
hacia arriba y el exterior de la torre, no
hacia el interior. Incluso modelos con
cargadores automáticos, como el Leclerc,
emplean esa disposición. Pero
no los carros rusos: todos, incluso el
modernísimo T-14 Armata, siguen empleando
el sistema de carrusel.
Así que, aunque los carros rusos (y
ucranianos, claro, puesto que usan
prácticamente los mismos modelos)
sean poderosas máquinas de guerra,
siguen manteniendo la misma
Torre de un T-72 destruido por la 93.ª Brigada del Ejército
vulnerabilidad de siempre. Y seguimos
viendo «torretas voladoras».
De la misma manera que hemos visto,
por lo que parece, seguiremos viendo
más lastres de la época soviética que
Rusia no ha sido capaz de superar. Las
carencias logísticas, que ya eran conocidas,
nos han ofrecido espectáculos
como los de las columnas rusas detenidas,
al parecer, por falta de combustible
o los soldados asaltando supermercados
y tiendas porque no les llegaba
la comida. Las operaciones ofensivas
siguen el viejo esquema soviético (y
pre-soviético, porque su origen es aún
anterior), pero la «guerra en profundidad
» que, supuestamente, iba a llevar a
los tanques rusos hasta más allá del Rin
en siete días es imposible con un ejército
varios órdenes de magnitud inferior.
Las unidades se han reorganizado,
pero siguen padeciendo la ausencia de
suboficiales, la rigidez en la cadena de
mando, la falta de coordinación interna
y externa y, en fin, los mil y un problemas
que ya tenía el Ejército Rojo.
Y el material, por supuesto, sigue
siendo soviético: desde los carros de
30 / Revista Ejército n.º 976 • julio/agosto 2022
Ucraniano. Fotografía de Iryna Ribakov
combate, como hemos visto, hasta
los aviones o helicópteros, la artillería,
las armas individuales… De hecho,
los que no derivan de modelos
soviéticos es porque son directamente
soviéticos, fabricados en la época
de la URSS. Rusia ha heredado la tendencia
soviética a diseñar todo tipo
de sistemas fantásticos y prototipos
de ciencia ficción, pero su capacidad
para llevar a término su desarrollo
es aún más reducida, de modo que
la mayoría de esas armas se quedan
en el papel o, como mucho, en unos
pocos ejemplares que no terminan de
entrar en servicio.
Y así seguiremos, probablemente.
Cuando escribo estas líneas es aún
imposible saber si el conflicto se alargará
mucho o poco, si escalará y de
qué manera, o si Putin logrará encontrar
alguna salida más o menos digna
entre las muchas puertas que él mismo
se ha ido cerrando.
Pero sí hay una cosa que sabemos:
mientras dure la guerra seguiremos
viendo, ay, muchas «torretas
voladoras».■
T-72 B3 con su munición. La disposición en círculo imita
la del carrusel del cargador automático