SANTIAGO, PATRÓN DE ESPAÑA Y DEL ARMA DE CABALLERÍA
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Ángel Cerdido Peñalver | Coronel de Caballería retirado
Quevedo, caballero santiaguista, llegó
a decirle a Felipe II:
«Santiago no es patrón de España
porque entre otros santos lo eligió
el reino, sino porque cuando
no había reino lo eligió Cristo para
que él lo ganase y lo hiciese y os lo
diese a vos».
«Fomentar en las armas y cuerpos
del Ejército tradiciones que arraigan
en los ánimos y que conducen a sostener
el noble espíritu de compañerismo
que, alejando todo egoísmo
individual, impulsa con poderoso estímulo
los sentimientos de abnegación,
base de todas las virtudes militares,
es pensamiento plausible; pero lo es
mucho más cuando se tiene el acierto
de sintetizar la representación de tan
nobles ideales en el apóstol Santiago,
que es a su vez síntesis en la tradición
y en la historia de la gloriosa epopeya
de la Reconquista, en que nuestros
antepasados construyeron en ocho
siglos de sangrientas luchas la nacionalidad
española».
Así comenzaba la real orden suscrita
por el ministro de la Guerra, el general
Azcárraga, el día 20 de julio de 1892,
ratificando el exclusivo patronato del
santo apóstol para el arma de caballería.
Mucho antes de que Jesús naciera
en Palestina, la humanidad ya viajaba
incansablemente hacia el fin
del mundo, hacia el punto conocido
como Finisterrae, el fin de la tierra, lugar
donde, según la historia, las legiones
romanas de Décimo Junio Bruto
se aterrorizaban al observar cómo el
Mare Tenebrosum engullía el sol y lo
hacía desaparecer. Creían que era, al
igual que en la mitología griega, lo último
que verían los muertos antes de
subir a la barca de Caronte, quien, tras
comprobar la valía de la moneda que
portaban en la boca, decidía si cruzaban
la laguna Estigia o seguían vagando
durante cien años como almas en
pena por las riberas del río Aqueronte
(derivación de la misma laguna Estigia),
tiempo después del cual Caronte
accedía a llevarlos sin cobrar.
Con el tiempo, los peregrinos de toda
la cristiandad van a visitar las sagradas
reliquias de Santiago de la misma
forma que van a Jerusalén los
palmeros para adorar aquella tierra
santa y a Roma los romeros para visitar
los sepulcros de Pedro y Pablo.
Y así, andando y cabalgando, nace la
idea histórica de Europa a lo largo de
dos vías: una anhelada, cumplida solo
ocasionalmente y a costa de guerras
y sangre, que es la vía de Jerusalén, el
camino de las cruzadas; otra, arteria
pacífica, ininterrumpida durante más
de un milenio, que es el Camino de
Santiago, surco donde se siembra la
realidad europea de Occidente.
Muchos jinetes han sido, son o van
a ser concheiros, simples penitentes
que acudirán a la tumba del apóstol
para obtener la indulgencia compostelana,
atravesando el «camino de la
gran perdonanza», ese sendero que
miles de peregrinos recorren siguiendo
una de las colas de la Vía Láctea,