EL PODER NAVAL Y LAS GUERRAS CON FRANCIA. CATALUÑA, 1652-1673
Sessa en su informe, aunque reconocía que el puerto era grande y se podía usar
muy bien35. Y no se podía bajar la guardia, dado que los franceses no cesaban
de realizar prevenciones de todo tipo: por ejemplo, en 1670 había quien consi-deraba
que volvería a haber guerra con Francia cuando esta envió a Octavio
Centurini a comprar esclavos a Malta para sus galeras, además de estar arman-do
otras, de modo que deberían temerse de nuevo operaciones en aquellos
mares, sobre todo cuando Cataluña estaba tan desprotegida, sin apenas tropas
suficientes para las guarniciones, cuando solo la de Puigcerdà necesitaba 2.500
infantes –en aquel momento había en toda Cataluña 3.747 soldados de infante-ría–
y la caballería correspondiente. Y en mayo de 1672 le llegó una orden al
duque de Sessa para prevenir los puertos catalanes de un más que posible
ataque de Francia –que había iniciado un conflicto con las Provincias Unidas–.
El virrey aprovechó la coyuntura para señalar que, justamente a causa de la
falta de medios económicos, pues nunca se había hecho caso de sus demandas,
no había nada prevenido en Cataluña y, por lo tanto, todas las plazas y puertos
estaban abiertos e indefensos. El Consejo de Estado no pudo dejar de señalar
que, aunque eran ciertas las aseveraciones del duque, no se podía aceptar su
sugerencia de impedir la entrada de barcos –y de armadas– franceses en los
puertos catalanes, alegando que había peste en el país vecino, por irse contra
los tratados de paz si así se hacía –e, indirectamente, tal medida podía hacer
enfadar a Francia, un temor que, en el fondo, era el trasunto de toda la cues-tión–.
El Consejo de Estado acabó por dictaminar que el virrey permitiese
entrar a cualquier unidad de Francia en los puertos catalanes, sobre todo por
tenerse la convicción de que los franceses no podían físicamente introducir una
armada poderosa en ninguno de ellos por el mal estado de los mismos. Una
política que podría calificarse de hacer de la necesidad virtud36.
También hubo un cierto interés por fabricar galeras en Cataluña o, mejor
dicho, por que no se perdiera del todo la tradición constructora. El asentista
don Francisco Montserrat, futuro marqués de Tamarit, entraría en el negocio
de fabricar tres galeras en Barcelona, una destinada a almiranta de la escuadra
de España, por un montante de 360.000 reales de ardites. En febrero de 1672
no se habían concluido, aunque urgían37.
A punto de dejar su cargo en 1673, el duque de Sessa pudo decir cómo se
había trabajado en las plazas marítimas catalanas: en Roses habían perfec-cionado
algunos puentes levadizos y puertas, y se había laborado en la cons-trucción
y mejora de los cuartes, hospital y casas de los oficiales, así como
en desaguar los fosos de la plaza, «que es lo que más necesitaba (...) para la
salud de los que la habitan»; además se habían abierto troneras para la arti-llería
y reparado la muralla donde lo había necesitado. En Cadaqués se había
(35) ACA, CA, leg. 323, Sessa a Mariana de Austria, 22/III/1670.
(36) AGS, Estado, leg. 2690, consulta del CE, 13/V/1670. ACA, CA, leg. 427, Gabriel de
Llupià, al vicecanciller del CA, 22/XI/1670. AGS, Estado, leg. 2694, consulta del CE,
31/V/1672.
(37) AGS, GA, leg. 3525, consultas de la Junta de Armadas, 27/VIII/1670 y 25/X/1670.
AGS, GA, leg. 3543-1, consulta de la Junta de Galeras, 22/II/1672.
REVISTA DE HISTORIA NAVAL 148 (2020), pp. 9-28. ISSN 012-467-X 23