EL PODER NAVAL Y LAS GUERRAS CON FRANCIA. CATALUÑA, 1652-1673
en 1691 y 1693, al igual que localidades como Málaga y, sobre todo, Alican-te48,
y especialmente sería clave la presencia de la armada francesa en la
expugnación de la Ciudad Condal en 1697.
A lo largo del periodo analizado en este trabajo, de 1652 a 1673, hemos
podido comprobar cómo la presencia de galeras hispanas –y algunos bajeles–,
claves para el transporte de tropas y de material de guerra hacia Cataluña, y de
Barcelona hacia los puertos situados en el frente –Rosas, Palamós, Cadaqués,
Sant Feliu de Guíxols, Blanes–, en cambio, dada su debilidad, apenas si
pudieron combatir con las unidades francesas, que desde Tolón y Marsella
podían ayudar, y así lo hicieron, a las tropas terrestres de Luis XIV. Dejando
aparte la guerra de Mesina, donde sí se produjeron serios enfrentamientos
navales, en el caso del frente catalán apenas el rumor del avistamiento de la
flota francesa servía para que el virrey de turno se viera obligado a variar toda
su estrategia defensiva. Y los franceses lo sabían. Con ejércitos de apenas diez
o doce mil efectivos, pero con el concurso de su armada, sabían que podían
invadir el norte de Cataluña, por el Ampurdán o la Cerdaña, o por ambos terri-torios
al mismo tiempo, ya que el acercamiento de sus unidades marítimas
hacia Rosas, Palamós o Cadaqués, y no digamos ya Barcelona, automática-mente
obligaba a los virreyes de Felipe IV y de Carlos II a retirar sus escasas
tropas de la campaña para guarnicionar las plazas marítimas. Por otro lado, la
escasa calidad de las fortificaciones obligaba a que el número de los soldados
destinados a dichas guarniciones fuese notable. Y de esa forma, los franceses
tenían garantizada casi siempre su superioridad numérica en campaña. Es
más, cuando esta no estaba asegurada, precisamente la mejor fórmula para
que la Monarquía Hispánica retirase tropas de la campaña era la misma: insi-nuar
con su armada un ataque simultáneo. Numerosos virreyes reclamaron
disponer de fuerzas marítimas equivalentes, porque sabían que un ataque
simultáneo por tierra y mar hacia el Rosellón era la única fórmula válida para
empujar a Francia fuera de los condados catalanes perdidos en 1659. Nunca se
logró, y la frustración para los profesionales de la guerra hubo de ser enorme,
cuando además se mezclaba con la propia frustración catalana no solo por no
poder recuperar los territorios anexionados por Francia, sino también por
padecer las invasiones galas año tras año.
(48) En realidad, desde el bombardeo de Génova de 1684, las ciudades del litoral medite-rráneo
hispano estaban muy avisadas del poderío de la armada francesa. Sobre el bombardeo de
Génova, PETER, Jean: Les artilleurs de la Marine sous Louis XIV, Economica, París, 1995, pp.
97-102, y BITOSSI, C.: «Il bombardamento di Genova nel 1684», en Atti della Giornata di
studio nel terzo centenario, Génova, 1988, pp. 39-69, citado por HERRERO SÁNCHEZ, Manuel,
«La quiebra del sistema hispano-genovés (1627-1700)», Hispania, vol. LXV/1, núm. 219,
2005, 115-152, pp. 149 ss.
REVISTA DE HISTORIA NAVAL 148 (2020), pp. 9-28. ISSN 012-467-X 27