Un Aviocar para llevar
revista de aeronáutica y astronáutica / enero-febrero 2021
un Aviocar para llevar 125
No todos los días uno tiene la
suerte de encontrarse ante sus ojos
una obra de arte. Detalles cuidados
con mimo, maderas tratadas con la
suavidad con la que acaricia estremecido
el pelo del pincel un lienzo
en blanco. Temeroso de errar en su
dibujo, pautado en cada trazo, audaz
en su destreza. No todos los días tenemos
la suerte de encontrarnos con
una obra de arte, pero a veces, solo
con verla un instante, sabemos que
no volveremos a ver nada parecido.
Dos mil palabras se quedan cortas
para detallar las peripecias, desafíos,
pensamientos, decisiones y horas de
trabajo escondidas tras los casi once
años de dedicación que Ramón le
ha regalado a su obra maestra, a su
Aviocar a escala 1:5 que hoy descansa
en la sala histórica de la base
aérea de Alcantarilla. Pero, lo que es
seguro, es que entre ellas no podrían
faltar algunas como sacrificio, entrega,
firmeza o voluntad. Todas ellas
ligadas fielmente al código ético de
cualquier militar. Y es que, si bien
el artista, carpintero de aluminio de
Sangonera la Seca (Murcia), creador
de una maqueta única en el mundo,
realizó el servicio militar en la Unidad
que alberga su pedanía y que recibe
el nombre de la Villa colindante (Alcantarilla),
su relación con la aviación
se ha visto especialmente reforzada
gracias al aeromodelismo.
Acostumbrado al sonido de los
aviones sobrevolando su casa, a la
silueta del Aviocar ensombreciendo
su patio y las campanas de los paracaidistas
posándose con suavidad a
escasos metros de su ventana, Ramón
y Paco sabían que si algún día
se embarcaban en un proyecto tan
ambicioso como el de construir una
maqueta a escala sin planos ni patrón,
esta debía ser de un C-212.
«Disfruto mucho viéndoos despegar
y aterrizar. En los descansos que
tenemos para el almuerzo, mi hermano
y yo, en vez de irnos a un bar, cogemos
unos bocadillos y nos vamos
Jorge Mora Raimundo
Capitán del Ejército del Aire
a la zona de prolongación
de la pista 25 a veros despegar
y aterrizar, a ver los
lanzamientos paracaidistas.
Llevamos haciéndolo
años, y no nos cansamos»
Dicho y hecho (con
once largos años de por
medio). Ramón nunca titubeó,
no dudó que su esfuerzo
valía la pena y que
cada minuto que le regalaba
a su maqueta… era
una inversión en su empeño
de acabar lo que había
empezado. «A ver qué
chapuza me haces» me
recuerda que le dijo su
mujer en repetidas ocasiones, pero
lejos de desanimarle, sus palabras
solo le daban ánimos para hacerlo
mejor. Como dijo su hermano Paco,
«a Ramón no le valía una cosa que
estuviese bien, tenía que ser perfecto,
ya que si no iba a ser perfecto…
mejor no haberlo empezado». Así es
como Ramón conserva una caja llena
de los componentes que, aun siendo
perfectamente válidos para cualquier
otra maqueta, no terminaba de
ver colocados en su Aviocar.
UN PROCESO LARGO Y TEDIOSO
Fueron duros meses tratando de
conseguir documentación fidedigna
del avión, planos sobre los que trazar
sus dibujos a escala, manuales sobre
los que basar su trabajo. Empezó
con tres vistas del Aviocar impresas
en un libro que amplió para empezar
a dibujar el que era su sueño. Pero
fue entonces, y gracias a la inestimable
ayuda del historiador aeronáutico
Juan Arráez Cerdá (a quien me pide