TEMAS GENERALES
por el de las Once Mil Vírgenes del estrecho de Magallanes, precipitándose
las seis naos río arriba. El resultado fue una estrepitosa varada múltiple en la
que todas quedaron con la aparadura cogida en el lodo en espera de la marea
para quedar libres. Urdaneta critica por este hecho a su señor con buen humor,
alegando que el error es posible —históricamente se ha dado otras veces,
incluso en el siglo XIX con buques como el Beagle de Darwin—, pero que se
habría podido evitar con una buena campaña de sondeo. Esto nos hace sospechar
hasta qué punto andaba «suelta» la flota: Elcano ni siquiera pudo hacer
que aguardaran mientras mandaba por delante al patache o un esquife a
sondear.
En estas difíciles circunstancias, la expedición prosiguió su ruta hacia el
sur, donde a solo seis leguas encontraron al fin la embocadura del estrecho de
Magallanes. Se echó el ancla allí mismo para verse inmediatamente presos
de un violento temporal del sudoeste que los echaba a tierra sin remedio,
terminando por irse contra la costa la desventurada Sancti Spiritus, como
sabemos. De la nao de Elcano se pudo salvar la dotación con un cabo llevado
a tierra por un valiente.
Allí, en una maldita y fría playa de guijarros (como la describe Urdaneta),
fue donde se dio la escena que narramos, comenzando la gente a rescatar los
pertrechos del naufragio. Por fin aparecieron las otras naos indemnes —Anunciada,
Santa María del Parral y San Lesmes— que habían podido salvarse de
la quema largando la artillería por la borda y saliendo del Estrecho para volver
al océano Atlántico con agua para correr. Elcano y Urdaneta embarcaron en la
Anunciada de Pedro de Vera, no sin antes prometer a los suyos que enviarían
en su ayuda. El estrecho de Magallanes, como si quisiera hacer honor a su
descubridor, antes de empezar ya había cobrado un altísimo precio a la expedición,
que se hallaba sin las naos mayores y la San Gabriel extraviada; es
decir, prácticamente la mitad de los efectivos y con el mando tocado en su
moral por el naufragio y la autoridad por los continuos desacuerdos. Lo cierto
es que las desgracias no habían hecho sino empezar.
Una flota diezmada
Con su «insignia» en la Anunciada, Elcano siguió adelante; pero el 18
de enero otra furiosa tempestad del sudoeste se abatió sobre la expedición.
Las naos perdieron todos los botes que llevaban a remolque y Elcano, con
la lección muy bien aprendida, mandó sin dudarlo regresar al océano Atlántico,
so pena de perder también los barcos supervivientes como la Sancti
Spiritus. Era como si el fantasma de Magallanes persiguiera a la expedición,
impidiéndoles el ansiado paso. Dos días tardó aquel maldito viento
del 230º (el mismo, curiosamente, que impide a un velero en el Mediterráneo
tomar el estrecho de Gibraltar cuando vienen mal dadas) en amainar,
614 Mayo