TEMAS GENERALES
se allí, pues costó mucho volver a ponerla a flote. Por fin, llevadas a cabo las
pesadas labores de intendencia y logística, a finales de marzo la flota abandonaba
Santa Cruz, llegando al Estrecho —cabo Once Mil Vírgenes— el 5 de
abril, y el 8 del mismo mes a la Primera Angostura.
A partir de ahí, vino el laborioso cruce de esta difícil vía de navegación,
que después del paso Ancho toma rumbo sur, llegando al puerto del Hambre y
la bahía de San Nicolás, donde el camino propone tres alternativas: hacia el
este, la anchurosa bahía Inútil no conducente a parte alguna (como su nombre
indica); al sureste, el actual canal Cockburn, que tras un laberinto mareante
conduce al océano Pacífico, y la fiable ruta suroeste, que vira luego al oeste y
noroeste para llevar finalmente al cabo Pilar, la ruta de Magallanes, que
desemboca también al océano Pacífico.
El día 2 de mayo, hallándose en pleno Estrecho, la escuadra sufrió otro
temporal duro que la obligaba a refugiarse en el puerto de San Juan. En los
estrechos canalizos —como luego han demostrado otros buques, como la
fragata Boudeuse de Louis A. de Bougainville o la balandra Spray de Joshua
Slocum— todo es hallar un fondeadero a tiempo, saber esperar, pescar o
capturar los excelentes mejillones, tomar leña y afrontar ocasionales contactos
con los indios patagones, de diferentes tribus según cada isla. Para Loaysa y
Elcano no fue una excepción, cebándose en los expedicionarios una horrenda
plaga de piojos.
Por fin, el sábado 26 de mayo, después de 48 días de travesía, este segundo
intento de cruce del estrecho de Magallanes tuvo éxito, alcanzando las naos
castellanas el cabo Pilar y el Mar del Sur descubierto por Vasco Núñez de
Balboa apenas trece años antes. En aquellos tiempos de logística incierta, tal
vez emplearon demasiado tiempo frente al mes que tardó Magallanes, aunque
Bougainville tardó 52 días en 1767. Por su parte, Anson empleó 38 días en
doblar el cabo de Hornos en 1744; un mes tardó en lo mismo Alejandro
Malaspina en 1790, y solo 18 días la escuadra de Filipinas del teniente general
Álava en 1796. Eran otros tiempos. Loaysa y Elcano ya llevaban a cuestas los
fracasos anteriores, y el cruce tan largo no hizo sino empeorar la situación
sanitaria en las cuatro embarcaciones.
En efecto, internándose en el océano Pacífico durante dos largos meses
(del 26 de mayo al 30 de julio de 1526, día en que murió Loaysa), el escorbuto
hizo estragos en las dotaciones de los buques, atestiguando el propio Urdaneta
que durante la travesía murieron 30 personas de la capitana por esta
enfermedad, diezmando la dotación. El 2 de junio un furioso temporal del sur
dispersó definitivamente la flota, quedando cada buque en la peor situación,
fiado a sí mismo y con magras provisiones en un océano inmenso que parecía
ir a tragárselo como desierto inmisericorde. Las penalidades fueron incontables,
y dramática su relación. La carabela Santa María del Parral, muy
maltratada, logró la auténtica hazaña de cruzar el océano hasta las Filipinas
después de que dos marineros se amotinaran contra al capitán Manrique Náje-
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