TEMAS GENERALES
ra, luego juzgados y ejecutados. De esta desgraciada carabela se contaron
finalmente tres supervivientes, según Carlos Prieto.
Mientras todo esto sucedía, en la Nueva España (México) el gobernador
marqués del Valle —por todos conocido como Hernán Cortés, emérito conquistador—
recibió en el verano de 1526 una misiva del emperador Carlos V ordenándole
organizar una expedición a las Molucas para conocer la suerte de
Gómez de Espinosa con la nao Trinidad de Magallanes, Loaysa y Elcano.
Cortés seleccionó para esta misión a su primo Álvaro de Saavedra y Cerón,
que a finales de octubre de 1527 zarparía de Zihuatanejo (México) con tres
naos y un centenar de hombres a bordo.
Cuál no sería la sorpresa de Álvaro de Saavedra —y del propio Cortés—
cuando, poco antes de zarpar, arribó a Mazatlán un patache destrozado y con
apenas un puñado de harapientos tripulantes a bordo. Se trataba, de forma
increíble, del Santiago de Guevara que, tras quedar solo en las inmensidades
del océano Pacífico, en vez de seguir al oeste, tomó rumbo norte y, en cuanto
pudo, a levante, alcanzando así las costas centroamericanas y la salvación. Esto
resolvía parte de la misión de Saavedra, puesto que el patache trajo noticias de
la expedición de Loaysa; pero no de Espinosa ni del paradero de Elcano, por lo
que Cortés ordenó proseguir con la expedición. Apenas unos cabos y algunos
aparejos fueron aprovechables del desguace de la Santiago para los que zarpaban;
tal era la escasez en los aún imberbes astilleros hispanoamericanos.
Pero volvamos al año anterior con la solitaria y maltrecha capitana Santa
María de la Victoria, que vagaba por el océano Pacífico con un puñado de
espectros a bordo y el más negro vaticinio para buque y tripulación. Sin
embargo, allí, entre ellos, navegaba una semilla única, luego crucial y decisiva
para España y la completa exploración del Pacífico: Andrés de Urdaneta.
Aunque aquellos hombres y maderas solo luchaban por sus vidas, su esfuerzo
sobrehumano serviría para salvar a la postre este valioso germen que algún día
demostró valer su peso en oro.
Mientras tanto, sin embargo, todo era desolación. Muerto como dijimos
Loaysa por enfermedad a finales de julio de 1526, el sobre lacrado abierto a
continuación otorgaba el mando supremo a Elcano, como era de suponer. Lo
hacía demasiado tarde, pues ya no había flota que mandar, y el propio Elcano,
postrado en el lecho, ponía rúbrica en su testamento cuatro días antes previendo
su fin. Se acordó pormenorizadamente de todos los seres queridos, lugar
natal y parroquias adyacentes antes de firmar entre dos grandes bucles
—como era costumbre en la época— en dos líneas, con trazo claro aún en
nuestros días, la j de «Juan» y el «Sebastián» en la superior, y en la inferior un
pequeño y desprendido «Del Cano».
Sin duda se trata del primer marino español universal nacido en la península
Ibérica, unicamente inferior a Colón por la trascendencia del Descubrimiento.
Profesionalmente, demostró ser un perito marino, conocedor de su trabajo,
excelente piloto de una de las más notables travesías del Índico jamás realiza-
618 Mayo