TEMAS GENERALES
sión social adecuada le causaron dificultades económicas. Sin embargo, su
entierro fue multitudinario.
Madrid y Santander
Madrid que, como dijo Clarín, se convertiría en su patria de adopción, le
despidió en el cementerio de la Almudena. Lo había recibido 56 años antes, en
1862, cuando se matriculó en la Universidad Central para estudiar Derecho.
Desde su llegada a aquel «pueblo manchego» de 500.000 almas, más que a la
facultad a Benito le gustaba dirigir sus pasos al Ateneo, entonces situado en
la calle de la Montera, donde pronto surgió la amistad con intelectuales y políticos
de la talla de Marcelino Menéndez y Pelayo, Antonio Cánovas del Castillo,
Francisco Silvela o Giner de los Ríos, que le alentó a escribir. Los veladores
del Café de Levante o de la Cervecería Inglesa también fueron más
frecuentados que los bancos de la vieja facultad de la calle de San Bernardo,
en la que tuvo como profesores a personalidades como Fernando de Castro o
Francisco de Paula Canalejas. Él mismo se justificaba de la ausencia a las
clases: «Entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos
que hacía». Las lecciones de las que más aprendió se las dieron las calles
de la capital, por las que se dedicaba a deambular y a observar la vida de los
madrileños, cuyas experiencias fue plasmando sobre las páginas que conformarían
sus novelas y obras teatrales. No se libró de correr por la Puerta del
Sol delante de los caballos de la Guardia Veterana; y de escuchar, desde el
balcón de la casa de huéspedes donde vivía en la calle del Olivo, los cañonazos
disparados la noche de la sublevación de los sargentos del Cuartel de San
Gil. También, en rincones capitalinos discretos, tuvo sus citas amorosas, como
sus encuentros con Emilia Pardo Bazán en la iglesia de Nuestra Señora de las
Exposición «La verdad humana». Biblioteca Nacional de España.
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