Turboeje T901. (Imagen: General Electric) (Imagen: Lockheed Martin)
revista de aeronáutica y astronáutica / noviembre 2020
el Programa FARA (parte 1) 863
puestas en marcha hará unos 70
años y que, siendo hijas de su tiempo,
no han podido afinarse hasta
hace más bien poco, representa un
salto cuántico en materia de prestaciones
y capacidades, superando
las hasta ahora limitaciones propias
de las aeronaves de ala rotatoria. Su
velocidad y agilidad, proporcionadas
por la combinación de un rotor
rígido coaxial doble contrarrotatorio
y un sistema de propulsión auxiliar,
comandados a través de un sistema
de control de vuelo digital, permiten
obtener
una diversidad
de capacidades
aprovechables
en entornos de
cada vez mayor
densidad,
favoreciendo el
empleo del armamento
que
en este momento
se baraja que
equipe, gracias
a las –todavía
por confirmar–
posibles
características
de baja observabilidad,
tanto
en el espectro
electromagnético
como en el
infrarrojo, a las
Imagen conceptual de armamento mixto: Hellfires y DAGRs.
que se unirían la suite de contramedidas,
todavía no desveladas, de la
que constaría.
Sin embargo, alzarse como ganador
de un programa tan ambicioso
como el FARA, implica no solo
proporcionar unas ciertas capacidades
operacionales, sino también
un diseño robusto, de costes tanto
de desarrollo como operacionales
contenidos, con un mantenimiento
lo más simple posible y que permita
una alta tasa de disponibilidad en
un entorno bélico. En estos campos,
el Raider X todavía no ha sido capaz
de demostrar cuán beneficioso sería
con respecto al Bell 360 (que será
analizado en la siguiente entrega
de esta serie), perfectamente comprensible
dada la actual fase del programa,
pero también cuestionable,
dado lo novedoso del diseño con
respecto a su contendiente que, en
resumidas cuentas, no deja de ser un
helicóptero de ataque, de última generación
eso sí, pero convencional
en su vertiente y características de
diseño. n
Raider X con las góndolas de armamento desplegadas. (Imagen: Lockheed Martin)