revista de aeronáutica y astronáutica / noviembre 2020
sobrevolando la II Guerra Mundial 901
de operaciones la Luftwaffe atacó más
de ochenta aeródromos franceses, repitiendo
los ataques cuantas veces fue
necesario. Esta fue la mejor manera de
dar cobertura a las acciones de los tres
cuerpos de ejército acorazados alemanes
que esperaban frente a la frontera
de Luxemburgo y que según relata
Liddle Hart, a pesar de estar «densamente
apretados, se extendían por
ciento cincuenta kilómetros de cabeza
a cola», un objetivo tentador pero que
estuvo libre de los ataques aéreos franceses
o británicos.
Operación Barbarroja: la invasión de
Rusia
Si pasamos por alto las campañas
de los Balcanes y Grecia, celebradas
con éxito gracias al por el empleo
de la aviación, la siguiente gran
operación de la Alemania de Hitler
fue la invasión de la Unión Soviética,
denominada Operación Barbarroja,
que se inició con un ataque aéreo
«sorpresa» que destruyó cientos de
aviones en tierra, lo que les permitió
ganar temporalmente la superioridad
aérea, bajo cuyo paraguas avanzaron
quinientos kilómetros en un mes. Tras
este golpe inicial, mil aviones recrudecieron
el ataque a la aviación soviética.
Según Williamson Murray los
soviéticos perdieron unos cuatro mil
aviones en los primeros seis días de
campaña. Es la propia historia oficial
soviética la que atribuye a la aviación
alemana el éxito del espectacular
avance alemán. Al invadir un territorio
tan inmenso y en el que imperaba
con un régimen opresivo, hubiera parecido
lógico aplicar una política de
captación de la población soviética y
de sus soldados, pero en lugar de eso
Hitler ordenó que no se aplicaran los
Convenios de Ginebra que regulan la
conducta humanitaria en guerra. De
todas formas la Unión Soviética no
había firmado esos Convenios, por lo
que hubiera sido una incongruencia
respetar al soldado enemigo si no lo
hacía con el propio. Hay que significar
que desde el año 1937, Stalin había
puesto en marcha una purga que,
solo en sus fuerzas aéreas, eliminó al
75 % de la oficialidad, purga que se
extendió también al aparato industrial
y a los organismos de investigación,
lo que ayudaría a explicar la pobre actuación
de la aviación soviética.
La ofensiva terrestre se realizó en
tres ejes: uno al norte en dirección a
Leningrado; otro al centro en dirección
a Moscú; y uno al sur el dirección
a Stalingrado. Cada uno de estos ejes
tenía asignada una Flota Aérea (Luftflotte),
aunque la asignación inicial
no impedía que a lo largo del avance
fueran desviadas a uno u otro eje,
según el interés de la ofensiva, y las
necesidades en otros frentes (Mediterráneo
y Norte de África). Además
de la batalla aérea, que servía para
mantener a las fuerzas de tierra propias
libres de los ataques de la aviación
soviética, la Luftwaffe participó en
la batalla terrestre abasteciendo por
aire a las unidades que, por la rapidez
de su avance, se quedaban sin abastecimientos
y atacando la retaguardia
enemiga, anulando contraataques y
ayudando a cerrar las brechas en los
numerosos embolsamientos característicos
de esta campaña, como en
Byalystok y Minsk, donde el VIII Flieger
Korps (Cuerpo Aéreo) destruyó los
tanques del general soviético Bodín y
doscientos aviones que intentaban impedir
el embolsamiento. En Smolenko,
en que la Lw neutralizó el contraataque
ruso y barrió a la aviación soviética; o
en los combates por el saliente de Yelnia.
En el Sur la Lw se empleó a fondo
durante cuatro semanas en los combates
para cerrar la Bolsa de Kiev, en la
que el 38.º Ejército soviético no pudo
contraatacar porque «era imposible
moverse en terreno abierto a causa
de los ataques aéreos».
Polikarpov I-15-Chato