revista de aeronáutica y astronáutica / noviembre 2020
902 sobrevolando la II Guerra Mundial
A fines de noviembre del 41, para
un observador externo no podía presentarse
un panorama más favorable
para las armas alemanas: Leningrado
había sido sitiado en el norte y
Sebastopol en el sur, y en el centro
tenían a la vista el Kremlin mientras
preparaban el asalto a Moscú. Pero
en los primeros días de diciembre
se iban a producir una serie de
acontecimientos que cambiarían radicalmente
la marcha de la guerra:
el almirante Yamamoto ordenaba a
la Flota Imperial japonesa el ataque
a Pearl Harbor para el día 7. El día 4,
en los principales periódicos de los
Estados Unidos aparecieron publicados
los «planes de guerra del presidente
Roosevelt», oportunamente
filtrados, y que iban a llevar en pocos
días a que Hitler declarase la guerra
a los Estados Unidos; y el día 5, el
mariscal Zhukov lanzó su contraofensiva
que iba a poner a los alemanes
en retirada. El acuerdo de no agresión
firmado entre soviéticos y japoneses,
liberó a estos para iniciar la
guerra contra los aliados, y permitió
a los rusos traer refuerzos desde su
extremo oriente, mientras tanto los
alemanes, frente a Moscú, estaban
agotados, en particular la Luftwaffe,
que además no estaba equipada
para acciones de más largo radio de
acción y no había podido hacer nada
para cortar este flujo de refuerzos, ni
para atacar el traslado de la industria
pesada soviética hacia los Urales (mil
quinientas grandes fábricas, entre
diez y dieciséis millones de personas,
y miles de toneladas de maquinaria
y pertrechos), que hubieran sido un
objetivo tentador para la aviación.
Los soviéticos estaban listos para
el contraataque desde mediados de
noviembre, salvo sus fuerzas aéreas,
las cuales estaban inmersas en un
proceso inverso al de la Lw: habían
empezado a estructurarse bajo un
mando aéreo único, a reforzarse y
a instalarse en bases preparadas
para soportar la climatología rusa.
La ofensiva no se autorizó por el
Stavka, Estado Mayor soviético, hasta
que esta reorganización estuvo
lista, pues según advirtió «la experiencia
de la guerra demuestra que
las operaciones contra los alemanes
solo pueden tener éxito si se llevan a
cabo con superioridad aérea». El día
5 de diciembre el general Zhukov
inició el ataque, con la aviación jugando
un papel protagonista, más
de cincuenta mil salidas, la gran mayoría
contra tierra, tan solo en la batalla
por Moscú.
La contraofensiva soviética nos
brinda otro ejemplo de un cambio
introducido por la aviación en la
guerra terrestre. Los alemanes, en
lugar de replegarse a posiciones
defensivas seguras, como recomendaban
los generales, recibieron
de Hitler la orden de hacerse
fuertes en islotes defensivos, y
confiar en la aviación para abastecer
por aire estos puntos fuertes.
Como demostrarían otros episodios
de la guerra, la idea podía ser
realizable, pero los alemanes no
tenían los medios aéreos necesarios
para llevarla a cabo. No obstante
funcionó, aunque a un coste
aéreo exorbitante, y que pasaría
su factura, sirviendo además de
mal ejemplo para intentar repetirla
en el invierno del 42, cuando la
ofensiva soviética para liberar Stalingrado,
lanzada también cuando
se contó con la superioridad aérea
suficiente, dejó cercado al ejército
de von Paulus. La Lw perdería casi
quinientos aviones en el intento de
reabastecer por aire a las fuerzas
de Paulus, la mitad bombarderos
usados como transportes, incluso
diez FW-200 retirados de la batalla
del Atlántico, no pudiendo evitar la
rendición del Sexto Ejército.
Como ya se ha citado en algún artículo
anterior, a veces los relatos de
la guerra ignoran el papel jugado
por la aviación, por lo que merece la
pena mencionar la batalla de Kursk,
en el verano del 43, conocida como
la mayor batalla de carros de la historia,
obviando que en ella intervinieron
de siete a ocho mil aviones
entre ambos bandos, y que durante
los dos meses previos al comienzo
«oficial» de la batalla terrestre, se
contabilizaron decenas de miles
de salidas y cientos de bajas por
ambos bandos. Además, una vez
abierta la batalla terrestre, fue la Lw
la que impidió el embolsamiento de
las fuerzas alemanas, lo que hubiera
significado una derrota equivalente
a la de Stalingrado.
Junkers Ju 52 1