NACIMIENTO DEL SARGENTO
Parece fuera de toda discusión que
la organización del ejército permanente
en España es obra de los Reyes
Católicos, pues son ellos los que
establecen las bases para su ordenamiento.
A tal fin dictan normas
«para la buena organización de sus
guardas, artillería y demás gente de
guerra y oficiales de ella», que constituyeron
un cuerpo legal militar que,
bajo el epígrafe de ordenanzas militares,
contenían preceptos a tenientes
a la organización y funcionamiento
de dicha tropa. También en
ellas se incluyeron reglas penales y
procesales.
En este contexto, promulgaron una
serie de ordenanzas entre las que
procede reseñar las de 1494, 1495,
1496 y 1503. Estas fueron utilizadas
como hitos para tejer la urdimbre que
les permitió desplegar la creación del
ejército permanente al servicio de la
Corona, que fue desarrollado y perfeccionado
por sus sucesores.
Es en este entorno, según las crónicas,
cuando en 1494 los capitanes de
las Guardas de Castilla, unidades de
caballería creadas por los Reyes Católicos
en 1493, solicitaron del rey la
implantación del grado de sargento
por ser, según el lenguaje de la época,
«tan necesario a su servicio a las compañías
y a su descaso». En infantería,
su integración orgánica tiene lugar
hacia 1511, cuando su figura forma
parte de las unidades que en esos momentos
se conocen como infantería
de ordenanza.
EL SARGENTO EN LOS
SIGLOS XVI Y XVII
En el alborear del siglo xvi, el sargento
al que se le han asignado misiones
tácticas, administrativas y logísticas
se integra en las unidades de infantería
que, por mor de la Ordenanza de
Génova de 1536, constituye el emperador
Carlos V, bajo la denominación
de tercios. Estas unidades, que
harían temblar a medio mundo por
su valor sin límites, conocimiento
del arte militar y excepcionales virtudes
guerreras, son el crisol donde se
forja y adquiere personalidad propia
el sargento, con misiones que van a
aumentar en número y complejidad,
tales como:
• Responsabilizarse de la instrucción
y formación de los soldados.
• Intervenir en el orden de marcha y
en las formaciones de combate de
su compañía.
• En las formaciones de batalla del
tercio, aplicar las órdenes del sargento
mayor.
• Dentro de la unidad compañía, el
sargento podía compararse al sargento
mayor y a este debía imitar.
Su misión se desarrollaba como
una prolongación directa de sus
superiores.
Sobre este particular, René Quatrefages,
en su obra Los Tercios, afirma: «el
sargento aplica las ordenes decididas
con su alférez y capitán, haciendo falta
mucha destreza y autoridad para poner
lo más rápidamente posible en formación
de combate una compañía, a causa
de los diferentes tipos de escuadrones
cuya maniobra hay que conocer».
Así, el sargento constituyó un elemento
básico en esta nueva organización,
pues bajo su responsabilidad estaba
la instrucción y el adiestramiento de
su compañía, en la que se encuadraban
arcabuceros, piqueros y mosqueteros.
En este ámbito, el sargento forjó su
reputación en unas unidades que se
constituyeron en el «brazo ejecutor de
los éxitos políticos de la Corona de España
y pieza maestra en el arte y ciencia
militar moderna».
Sobre el particular Martín de Eguiluz,
recio sargento de los tercios que
alcanzó el grado de capitán de arcabuceros,
en su obra Milicia, discurso
y regla militar, publicada en 1595, manifestó
lo siguiente: «Ha de hacerse el
sargento temer y respetar, y que los
soldados le amen, y aunque parece
que hay gran contrariedad en que le
amen y respeten, y dirán que no pueden
caber juntas dichas contrariedades,
sí que pueden en este caso, porque
lo que parece que es contrario le
favorece para ser amado. No quitando
al soldado del pobre sueldo nada, será
amado, dándole buen alojamiento,
será amado, si algún descuido le haya
y le reprende en secreto, será amado,
con prestarle cuanto pudiere, será
amado, con serle buen compañero,
será amado, y para ser temido y respetado
le favorece todo lo dicho sabiendo
bien lo que manda y no se le
escapando descuido ni desorden. En
el ordenar y mandar ha de ser resoluto,
como si nunca hubiese tratado
con ninguno de ellos, en tal tiempo no
ruega cosa ninguna en particular, sino
manda lo que ha de hacerse en servicio
del rey».
El sargento
constituyó un
elemento básico
en esta nueva
organización,
pues bajo su
responsabilidad
estaba la
instrucción y el
adiestramiento
de su compañía,
en la que se
encuadraban
arcabuceros,
piqueros y
mosqueteros
En texto reseñado subyace un estilo
de mando conformado por una mixtura
de dimensión humana y capacidad
técnica sustentada por tres pilares
fundamentales, a saber: «respeto a la
dignidad de la persona, competencia
profesional y responsabilidad». El mismo
guió los quehaceres del sargento.
Arropado con este bagaje, el sargento
se convirtió en el alma mater del funcionamiento
de su compañía.
En el siglo xvii la figura del sargento se
oscurece al mismo tiempo que la fama
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