Estrecho de Gibraltar (junio 2018). Guillermo Pérez
Al día siguiente, a las 9:10 a.m. estoy en el agua
tocando las rocas de Isla Palomas, el punto más
meridional de Europa. Suena el silbato, comienzo
a nadar, doy mis primeras brazadas, siento que
tengo una cita con el destino y no puedo fallar.
Los 3 primeros kilómetros hay que nadar veloz
para superar las fuertes corrientes que te llevan
hacia el Mediterráneo, tengo que superarlas pero
ser capaz de dosifi car fuerzas porque el cruce es
largo. Posteriormente, rebaso el primer dispositivo
de tráfi co marítimo, los buques que salen del
Mediterráneo hacia el Atlántico, mantienen un
kilómetro de resguardo respecto a nosotros. Llevo
una embarcación blanca, el Columba, a unos 100
metros delante marcándome el rumbo a seguir,
y una zodiac más pequeña a mi lado dándome
los avituallamientos cada 45 minutos. Cuando no
llevo ni dos horas nadando, rebaso la mitad del
estrecho, puedo ver con alegría cómo las embarcaciones
de apoyo cambian el pabellón y ondea
la bandera roja de Marruecos, señal de que
ya estamos en sus aguas. Continúo braceando,
disfrutando de las sensaciones, de los meses de
entrenamiento perfeccionando la técnica, sin intentar
vislumbrar África, tan solo buscando de vez
en cuando con la mirada la embarcación que
me marca el rumbo. Mi idea es tardar entre 5 y 6
horas en atravesar el estrecho, son algo más de
15 kilómetros y mi velocidad de nado es 3’5 kilómetros
por hora, dando un margen a corrientes,
imprevistos y un cansancio que se va acumulando.
Rebaso el segundo dispositivo de tráfi co, los
barcos que entran del Atlántico al Mediterráneo
y comienzo a ser consciente de que estoy muy
cerca de alcanzar África. En un avistamiento que
hago al frente comienzo a distinguir algunos detalles
de la costa, pero no quiero confi arme, los
últimos tres kilómetros son los más complicados,
también con fuertes corrientes, por lo que sigo
braceando con la mente concentrada en cada
brazada. De repente, comienzo a ver el fondo,
estoy muy cerca, la mar ha empeorado y hay algunas
olas que superan el metro de altura. Por fi n,
tras 3 horas y 55 minutos, superando el mejor de
los pronósticos, toco las rocas de Punta Cires en
África y termino la travesía. Me invade la alegría
y la satisfacción de ver cómo he realizado el cruce
a nado del estrecho de Gibraltar, nada más y
nada menos, uno de los referentes en la natación
de aguas abiertas. No podía haber mejor manera
de comenzar la expedición.
Travesía Meis-Kas
Apenas dos días más tarde, a fi nales de junio,
volamos hasta Turquía para afrontar el segundo
cruce, una travesía de 7 kilómetros desde la isla
griega Kastellorizo a la población turca Kas en un
Área Marina Protegida del Mediterráneo Oriental.
En esta ocasión participaré en un evento internacional
de natación en aguas abiertas donde
nos daremos cita más de 150 nadadores de
diferentes nacionalidades. Si bien la distancia es
más corta, en esta ocasión entran en juego nuevas
variables como son tener que coger vuelos,
tramitar visados y viajar a un país donde se habla
un idioma diferente.
El domingo 1 de julio tiene lugar el comienzo
de la carrera desde el puerto de Kastellorizo, una
pequeña isla griega del Dodecaneso bañada
por las aguas azul turquesa del Mediterráneo. Vamos
saltando al agua con cuidado de no caer
unos sobre otros, y comienzo a bracear enérgicamente.
Salvo que haya algún contratiempo, es la
travesía más asequible de la expedición, sin embargo,
nunca hay que confi arse. En el mar hay
tortugas que nadan tranquilamente unos metros
por debajo de nosotros, el entorno es de una
belleza espectacular, sin embargo, cuando alzo
Agosto - 2020 Armas y Cuerpos Nº 144 65