VIVIDO Y CONTADO
BAM Tornado. (Foto. Armada).
embarcar un número indeterminado de personal desconocido y teníamos que
estar preparados por si alguno se ponía nervioso. Además de todo lo anterior,
había que mantener el normal funcionamiento del barco —puente, máquinas,
seguridad interior— y un mínimo en el Centro de Información y Combate
para auxiliar al puente, mando y control, etc. Tarea ciclópea para poco más de
cuarenta personas. Y, aunque pueda parecer banal, había que dar de cenar a la
gente. No sabíamos cuánto se iba a alargar la noche. El prodigioso algoritmo
de procesamiento de personal que es el segundo comandante de un BAM dio
con la solución: una distribución a dos vigilancias —prácticamente inédita en
los buques de acción marítima— para cenar y un zafarrancho de combate
en el que estábamos todos implicados para la recogida de inmigrantes.
Mi puesto como jefe del Trozo de Visita y Registro (TVR) prácticamente
aseguraba que me iba a tocar ir al agua en una de las embarcaciones, así que
acordé con el segundo que cada una llevaría su patrón y su proel —los mejores
del barco— y una pareja del TVR. Yo iría en una y mi suboficial en otra.
Uno de los asuntos que generó más controversia fue cómo subiríamos a los
inmigrantes a bordo. Mi anterior destino había sido en la fragata Victoria,
coincidiendo en el tiempo con los primeros despliegues en la Operación
SOPHIA. A nivel escuadrilla, se promulgó una instrucción para el alistamiento
de los buques en la que se hacía especial hincapié en la importancia de la
escala real. Como en cualquier barco moderno, su uso era mínimo y a nuestro
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