VIVIDO Y CONTADO
contramaestre no le hacía mucha gracia tener que darla. Además, nos limitaba
la capacidad de maniobra. Pero, a nuestro favor, el Formentor y las dos
embarcaciones nos daban mucha flexibilidad; el barco prácticamente no
tendría que moverse.
Asimismo, teníamos que suponer que los inmigrantes podían encontrarse
en un estado físico paupérrimo: pretender que subieran por la escala de práctico
era demasiado optimista, y más aún por la inclinación del costado del barco
a la altura de la toldilla donde se pone la escala que, desafortunadamente, está
solo un par de metros por encima de la hélice, lo que podía convertir cualquier
caída al agua en una desgracia. La otra opción era por los nichos de las embarcaciones,
pero ahí el francobordo es muy superior y nos hubiese obligado a
pasar al personal rescatado por el hangar, cosa que queríamos evitar. Sin
embargo, al embarcarlos por la escala real, solo tuvimos que proteger unos
pocos metros de pasillo, que forramos de plástico y rociamos de desinfectante
en previsión de que alguno de los náufragos tuviera algo contagioso.
La primera
Nada más librar el faro de Navidad, pusimos rumbo al punto de la embarcación
más cercana de las varias sobre las que nos había informado el helicóptero
de Salvamento Marítimo, a unas veinte millas de Cartagena. Nunca llegaríamos.
En pocos minutos teníamos en el radar varios contactos no
identificados con comportamiento acorde con el que esperábamos de las pateras.
Al acercarnos lo suficiente, reconocimos la primera gracias a la potente
cámara infrarroja de a bordo.
La tensión que habíamos acumulado en las horas anteriores pareció liberarse
en un instante. En pocos minutos, la embarcación de estribor estaba en el
agua y nos dirigíamos a toda velocidad hacia el punto que nos habían indicado
desde el barco. La mar estaba como un plato, pero la visibilidad era bastante
reducida —y más a esa altura—, así que decidimos bajar un poco la velocidad
mientras escudriñábamos la noche en busca de una pequeña lancha inflable
que apenas sobresalía del agua. En la cámara infrarroja del barco me había
dado la impresión de que los flotadores estaban medio vacíos, por lo que urgía
encontrarlos antes de que su precaria balsa se fuera al fondo.
Finalmente, guiados con precisión desde el barco, dimos con ellos. Tras
una vuelta de reconocimiento para asegurarnos de que no había nada raro, nos
acercamos. Intentamos calmarlos en la medida de lo posible: había que evitar
a toda costa que se pusieran nerviosos e hicieran zozobrar la embarcación.
Nuestra imagen no ayudaba, embutidos como estábamos en los monos blancos
anticontaminación, con guantes y máscara para completar el atuendo.
Pero, poco a poco, conseguimos acercarnos y explicarles que queríamos
remolcarles hacia el barco.
1066 Diciembre