LOS FORTINES DEL MIEDO. NULES Y EL RÍO MULUYA... 149
desde su punto de vista, más eficaz también»15. En el mismo sentido, el militar
e historiador Gabriel Cardona, lacónico, afirma que el Caudillo prefirió:
«aniquilar al enemigo y asegurar su primacía sobre los generales»16. Antony
Beevor, por su parte, crítico también con el general, sin decantarse por ninguna
de las dos teorías, apunta que, quizá, la decisión más polémica de toda la
guerra, probablemente se debió a «sus propias limitaciones como estratega»17.
Sea como fuere, y dejando a un lado las directrices políticas y estratégicas
de la guerra, las operaciones militares en las que morían los soldados
de ambos bandos continuaron sin descanso. Así, al día siguiente de que los
sublevados llegaran al Mediterráneo, los mandos políticos y militares republicanos
comenzaron a dictar órdenes con el objetivo de organizar y, sobre
todo, de dotar de una moral y una fe en la victoria a un ejército que prácticamente
había dejado de creer en ella. Para ello se necesitaban dos elementos
fundamentales: hombres y líneas defensivas. El primero fue cubierto fundamentalmente
con el llamamiento a filas de nuevos reemplazos, incluyendo a
los niños mayores de dieciséis años, que fueron militarizados y entrenados
para que al cumplir los diecisiete estuvieran «preparados» para su movilización
efectiva. Se trataba de la conocida popularmente como la «quinta del
biberón»18. La República rebañaba sus últimas reservas de conscriptos.
Así mismo, como medida complementaria a la anterior, se dispuso
que de los frentes menos activos del Centro, Andalucía y Extremadura se
desplazara a Levante un batallón de soldados veteranos, extraídos de cada
Brigada, para que sirviera de base a la organización de nuevas brigadas. Incluso,
a mediados de junio, cuando los sublevados parecían tener al alcance
de la mano Valencia, se enviaron brigadas y divisiones enteras. Por lo que
respecta a la falta de mandos para dirigir a las diezmadas unidades y a las de
nueva organización, se dictaron órdenes para que los sargentos y cabos más
capacitados ascendieran, respectivamente, a oficiales y sargentos, después
de recibir cursos acelerados que, en el mejor de los casos, no duraban más de
diez días. El propósito, en definitiva, era reorganizar las unidades deshechas
y organizar otras nuevas, a fin de constituir una masa armada que, al menos
en cantidad, se equiparara a la del enemigo.
15 BEEVOR, Antony: La Guerra Civil española. Editorial Planeta, Barcelona, 2015, p.
518.
16 RODRÍGUEZ, Hernán: «Después de Teruel. Disyuntivas estratégicas», en Desperta Ferro
Contemporánea, n.º 27, 2018, p. 9.
17 BEEVOR, Antony: Op. Cit., p. 518.
18 En el reverso de la foto adjunta, refiriéndose a los prisioneros, se puede leer: «Solo el
10% eran de edad movilizable (19 a 28 años), el 62% eran mayores de 28 (habiendo algunos
de 50 a 52 años) y el resto 28% son chicos de 13 a 18 años». Sobre el tema, resulta
estremecedor el reciente libro de Víctor Amela. Ver Bibliografía.
Revista de Historia Militar, 131 (2022), pp. 149-196. ISSN: 0482-5748