TEMAS GENERALES
horizontes. En esas circunstancias, el océano Atlántico, casi inexplorado todavía,
cambiaba su papel histórico y se convertía de barrera infranqueable en un
camino abierto, tan lleno de promesas para los expedicionarios como para el
naciente Imperio hispánico.
A Magallanes, el camino fácil se le terminó cuando, después de explorar
sin éxito el Río de la Plata, se vio en la necesidad de continuar hacia el sur. A
España, en su propia escala de tiempos, también se le puso cuesta arriba cuando
a los descubrimientos siguieron las conquistas. Fue esta una época exigente
para Magallanes, que hubo de demostrar toda la tenacidad de que era capaz
enfrentándose a rebeliones como la de la bahía de San Julián, rescatando todo
lo recuperable del naufragio de la Santiago y sobreponiéndose a la deserción
de la San Antonio para conseguir al fin atravesar el estrecho que hoy lleva su
nombre y entrar en el océano que llamó Pacífico. También Carlos I y su sucesor,
Felipe II, se enfrentaron a revueltas internas: los comuneros, las germanías,
la rebelión de los moriscos y, sin duda la más decisiva, la Reforma religiosa de
Lutero. También sufrieron derrotas, como la de Argel; naufragios, como el de
la Gran Armada, y deserciones, como la de las Provincias Unidas. Pero ambos
monarcas fueron capaces de sobreponerse a la adversidad y continuar adelante
hasta llegar a construir ese Imperio en el que nunca se ponía el sol.
Quizá el momento más feliz para la Armada de la Especiería fue la llegada
al cabo Deseado. El sueño de Magallanes se hacía realidad. Por su parte, para
la Monarquía hispánica todos los sueños parecerían realizables durante los
pocos años que van desde Lepanto hasta las victorias de don Álvaro de Bazán
en las Azores, que completaron la incorporación al Imperio de la corona de
Portugal y todas sus posesiones de ultramar. Pero, como es sabido, todo lo que
sube debe bajar. Desde esos momentos singularmente felices, las cosas empezaron
a torcerse. Cruzar el Pacífico fue tan duro para Magallanes como para la
Monarquía hispánica defender un gigantesco imperio marítimo que, paradójicamente,
tenía en la mar su talón de Aquiles. Así, a las islas Filipinas arribaron
las tres naos de Magallanes deterioradas hasta el límite y con las dotaciones
exhaustas después de más de tres meses de navegación incierta. De la
misma manera, llegó España exhausta al siglo XVIII, a la Guerra de Sucesión y
al cambio de dinastía, tras dos siglos de defender su imperio ultramarino
contra Inglaterra, Francia y Holanda. Algo que hizo con sorprendente éxito, a
pesar del paulatino retroceso en tierra europea, donde el Tratado de Utrecht
puso fin a unas ambiciones que desde la perspectiva de hoy se revelan como
inalcanzables.
Para expresar todas las dificultades de la Monarquía en esos agotadores
años, nadie mejor que Francisco de Quevedo en su soneto que comienza:
«Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados, de
la carrera de la edad cansados…». Los muros de España, como los barcos
de Magallanes, se resintieron sin duda de algunos errores, casi siempre
provocados por el exceso de ambición; pero, más que de la carrera de la
2020 9