TEMAS GENERALES
victorias, es por su injusto destierro, por ese «el ciego sol, la sed y la fatiga,
por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos, polvo,
sudor y hierro, el Cid cabalga...» con que Manuel Machado supo tocar nuestras
fibras.
Y si este gusto por lo trágico nos afecta a todos, aún más lejos llegan nuestros
intelectuales, que —como casi todos los del mundo— prefieren el drama
a la epopeya, la crítica histórica a la apología. Nadie escribiría hoy sin sonrojarse
eso de «Rey servido y patria honrada dirán mejor quién he sido, por la
cruz de mi apellido y por la cruz de mi espada», que le dedicó Lope de Vega a
don Álvaro de Bazán. Parece que, de alguna manera, pudieran sentir que aporta
más a la humanidad el descubrir los defectos del héroe —muchas veces a
partir del análisis de sus hazañas bajo prismas extemporáneos— que ensalzar
sus valores. Y así se llegan a firmar obras, sean ensayos o películas, pretendidamente
desmitificadoras que, artísticas o no, fracasan ante el público porque
a pocos interesan. Porque, no nos engañemos, si a los héroes se les despoja de
la épica, no queda nada en ellos que nos atraiga.
Tampoco es cuestión de echarnos a nosotros mismos toda la culpa. La
secuencia de los acontecimientos que conforman la historia de España, en la
que lógicamente van antes las victorias que jalonaron la conquista del Imperio
que las derrotas que causaron su pérdida, nos deja inevitablemente un
regusto triste. Trafalgar, Santiago de Cuba o Manila nos suenan más próximos
y, sobre todo, más decisivos que Lepanto, la Isla Tercera o Cartagena
de Indias.
El caso es que, por las razones que sea, la mayoría de los españoles nos
sentimos cómodos en una u otra de dos posiciones que podríamos considerar
extremas: la de quienes, atraídos por la leyenda rosa, buscan disculpas innecesarias
para justificar nuestros fracasos históricos; y la de quienes, influidos
por la leyenda negra, exigen que pidamos disculpas, también innecesarias, por
nuestros éxitos.
Se equivocan los primeros, los que creen necesario justificarse con excusas
como la que sin prueba alguna se atribuyó a Felipe II después de la pérdida de
la Grande y Felicísima Armada: «Yo no he enviado mis barcos a luchar contra
los elementos».
En mi tierra gallega, cuando a uno le dan una noticia luctuosa, como
puede ser el fallecimiento de un conocido, es habitual preguntar: «Y mira,
¿murió porque murió o porque había de morir?». Para explicar la filosofía
que inspira una pregunta tan peculiar a quienes no la han vivido desde niños,
suelo recurrir al mundo del deporte. El Celta, hoy el único equipo gallego de
primera división, gana algunos partidos porque los gana y pierde otros
porque los pierde. De ahí viene la dificultad de acertar los resultados en las
quinielas. Es cierto que gana más partidos cuando hace las cosas bien, y que
el año anterior, en el que no lo hizo muy bien, se salvó del descenso por los
pelos. Pero, al final, no importa demasiado cuántas victorias consiga el Celta:
6 Julio