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BTC (Bakú-Tbilisi-Ceyhan) (3) e incluso por conducir parte de ese gas a
través de la última variante del «corredor del gas del sur», que discurriría
desde Turquía hasta Italia, pasando por Grecia y Albania, tras atravesar el
Adriático.
Ese es, en efecto, el quid de la cuestión. Lo que está en juego en el Caspio
es, precisamente, el monopolio ruso de exportación de los hidrocarburos
extraídos de esa cuenca. De hecho, en Moscú son conscientes de que están
perdiendo la partida y Rusia se hace menos necesaria para los demás. No es
una novedad. Hace veinte años el a la sazón secretario de Energía de los Estados
Unidos, Bill Richardson, ya entendió que el crudo del Caspio era la solución
para evitar la dependencia de su país respecto al extraído de Oriente
Medio (Abilov, 2012: 33). Eso nos podía haber evitado algún disgusto en
2003 (Irak). Pero en esos momentos no llegó a hacerse realidad (estos proyectos
son de lenta ejecución, por faraónicos). Si bien la Casa Blanca colaboró
activamente para que el oleoducto BTC llegara a entrar en servicio, planteándolo,
en la era Bush, como «un logro monumental que abre una nueva era en el
desarrollo de la Cuenca del Caspio» (Abilov, 2012: 37), ahora es Europa la que
está en esa disyuntiva: la de afrontar fuertes inversiones a corto plazo para no
depender de los hidrocarburos rusos a largo plazo, de manera que proyectos
como los aquí relatados podrían ser el principio del fin de esa servidumbre.
En definitiva, no estamos ante una cuestión meramente crematística,
aunque también lo sea dada la «polifémica» economía rusa. Lo que está en
juego es mucho más que eso: es la capacidad de presión que Rusia puede ejercer
sobre los Estados de la UE (Kaliyeva, 2004: 3). Ocurre que, de poderse
culminar el elenco de nuevos proyectos en ciernes —lo cual está por ver—, a
Moscú se le abriría un boquete muy difícil de taponar, tanto desde el punto de
vista financiero como también del geopolítico, con la consiguiente pérdida
de centralidad.
Rusia, centinela del Caspio
Que el Caspio constituye una parte importante del imaginario ruso,
después de los éxitos contra los persas, ha quedado claro. Sabemos,
también, del celo de Moscú por preservar su extranjero próximo de la
influencia occidental. En el caso del Caspio, los recelos derivan, como casi
siempre, del atávico temor ruso a perder el control de esos territorios, especialmente
tras lo sucedido con el apoyo prestado por Washington a las revo-
(3) En esencia, Turkmenistán se incorporaría a la alianza comercial ya establecida entre
Azerbaiyán, Georgia y Turquía, de modo que eso incluiría pequeñas diferencias, ya que el
nuevo proyecto prevé que se llegaría a Sangachal, cerca de Bakú, mientras que una vez en
Georgia acabaría en la localidad de Supsa.
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