ambos Estados, Teherán salió perdiendo, en la medida en que un acuerdo
secreto firmado en 1934 confería a las autoridades rusas la potestad de limitar
el tráfico marítimo iraní en amplios sectores de dicho mar interior.
Desde entonces hasta hoy, Rusia viene considerando toda la cuenca del
Caspio como una parte fundamental de su extranjero próximo (Kaliyeva,
2004: 3). Se ha llegado a comentar que la postura de Moscú en el Caspio
configura una suerte de «Doctrina Monroe rusa», al menos en la medida en
que desde el Kremlin no se concibe que otras potencias se injieran en sus
asuntos, pero tampoco —como veremos— en los de sus vecinos ribereños
(MacDougall, 1997: 92). Quizá por ello, la disolución de la URSS y la subsiguiente
independencia de Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán (que son,
junto a Irán y Rusia, los otros tres únicos Estados con acceso directo al
Caspio) fue un mazazo para la política exterior rusa, que desde entonces debe
lidiar con las reclamaciones de los vecinos sobrevenidos, no siempre alineadas
con los intereses de Moscú (Pritchin, 2019: 2).
Esta nueva circunstancia incomoda a Moscú, lo cual es hasta comprensible
si atendemos a la situación de partida, vigente hasta 1991. Pero en este caso la
incomodidad no es solo un estado de ánimo, sino un síntoma de problemas
más acuciantes. Porque, por una parte, Rusia lleva años perdiendo lo que llegó
a ser un monopolio en la extracción y exportación de crudo, aunque, como
comprobaremos enseguida, lo que está en juego en ese caso es bastante más
que la cartera. Por otra parte, han surgido nuevos dilemas geopolíticos, derivados
de la presión —real o potencial— ejercida por potencias ajenas, prestas a
aprovecharse de la inestabilidad de la zona. Aunque ambas cuestiones están
conectadas, comenzaremos analizándolas por separado a fin de afinar el diagnóstico.
Rusia, los hidrocarburos y… Europa
Cuando terminó la Guerra Fría, la explotación del crudo del Caspio estaba,
virtualmente, en manos rusas. Pronto se pudo comprobar que Irán, en este y
otros campos, sería más un socio que un rival (1). Sobre todo porque Rusia e
Irán comparten un enemigo común de peso: los Estados Unidos (Calvo, 2012:
165-166). Ambos son conscientes de que Brzezinski los tilda de bárbaros y de
que en sus obras comenta que lo que conviene a Washington es que los bárbaros
no se unan entre sí (Brzezinski, 1997). Por consiguiente, interpretan que
su beneficio está en su unión.
TEMAS PROFESIONALES
(1) Aunque la Constitución de Irán plantea serias limitaciones a la inversión extranjera, lo
cierto es que varios gigantes rusos del sector han alcanzado importantes acuerdos con el
Gobierno de Teherán a estos efectos.
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