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Luis Huerta con el uniforme de comandante general de
Alabarderos
trabajo perdidas de toda España. Las moviliza-ciones
reivindicativas derivaban frecuentemente
en alteraciones del orden público, y en esas oca-siones
el general Huerta supo combinar previsión,
fi rmeza y prudencia, cualidades reconocidas por
el Ministerio de Gobernación y, por insólito que
parezca, incluso las organizaciones obreras admi-tieron
su “tacto y pericia”7. Siempre cuidadoso de
no suplantar las competencias del gobernador
civil sobre la Guardia Civil para la salvaguarda
del orden público, el capitán general ordenaba
el acuartelamiento de las tropas cuando la situa-ción
se enconaba, preveía la sustitución por sol-dados
de los trabajadores en huelga de sectores
básicos como los transportes o la fabricación de
pan, y disponía la realización de “paseos milita-res”
de unidades de caballería recorriendo la ciu-dad
en formación como prevención o en apoyo
a la Guardia Civil en la vigilancia y protección de
infraestructuras e instalaciones críticas. Estas me-didas
se repitieron con cada uno de los reiterados
confl ictos, resultando singularmente graves los de
septiembre de 1911 por la huelga declarada en
solidaridad con los mineros vizcaínos, así como
las protagonizadas por los ferroviarios en octubre
de 1913 y en julio de 1916. Esta última provocó
que el gobierno declarase el estado de guerra,
por el que las autoridades civiles del territorio de
la 5ª Región resignaron el mando en el capitán
general, implantándose la censura de prensa, la
militarización de los ferroviarios que no hubieran
obtenido la licencia defi nitiva del servicio militar y
la prohibición de manifestaciones.
Firme cuando era preciso, pero afable y
próximo en sus relaciones con las instituciones y
la sociedad zaragozanas, D. Luís supo tejer una
red de vínculos con la ciudad y, consciente del
papel de la prensa para crear opinión, facilitó la
labor de los periodistas incluso en momentos de
censura previa. Por eso, al despedirse del mando
de la Capitanía General, la prensa le califi có de
amigo, dedicándole elogios, con la retórica pro-pia
de la época, como estos: “No obstante lle-gar
a Zaragoza en momentos difíciles, el general
Huerta captóse pronto las simpatías de todos los
zaragozanos. Su caballerosidad, su hidalguía, su
llanura afable, perfectamente compatible con
su austero concepto del principio de autoridad,
granjeáronle pronto respeto y cariño generales.
Con el tiempo se fue asimilando de toda suerte
del espíritu de nuestra tierra, que podía contár-sele
como un zaragozano de los mejores (...) El
general Huerta, no obstante ser el más militar de
cuantos capitanes generales han pasado por Za-ragoza
desde hace muchos años, ha vivido en
íntimo contacto con la ciudad”8. El Ayuntamien-to,
participando de ese sentir, le concedió la me-dalla
de oro de la ciudad. Y el propio general se
despidió diciendo que “vaya donde vaya no po-dré
dejar de ser un baturro de corazón. Me dejo
aquí muchas cosas inolvidables: dos hijos, varios
nietos, las cenizas de mi esposa, muchos afectos
imborrables”9.
El campo de maniobras Alfonso XIII
Como capitán general de la 5ª Región, Huerta
aplicó su larga experiencia en operaciones a un
plan de instrucción y adiestramiento de las tropas
en las escuelas prácticas y la realización de ejer-cicios
tácticos por “columnas mixtas”, agrupa-ciones
interarmas, integradas por fuerzas de los
distintos regimientos, alternándose sus respectivos
coroneles en el mando. Pero el Ejército no dispo-nía
de terrenos propios adecuados para estos
ejercicios, pues solo poseía para la instrucción el
pequeño Campo del Sepulcro en las inmediacio-nes
del Portillo y de los cuarteles de la Aljafería, y
como campo de tiro se utilizaba un terreno muni-cipal
en el monte de San Gregorio. Las maniobras
de cierta entidad se realizaban en la vega del río
Gállego y en el monte de San Gregorio, previo
permiso de la propiedad, algo que ya se venía
haciendo desde fi nales del siglo XIX. Fueron la
experiencia de uso, dimensiones y topografía de
San Gregorio lo que persuadió al general Huerta
de que ese era el emplazamiento idóneo para
un campo de maniobras propio, pero existía el in-conveniente
de la parcelación del terreno entre
distintos propietarios y “acampos”, denominación
Firme cuando era preciso, pero afable y
próximo en sus relaciones con las instituciones y
la sociedad zaragozanas, D. Luís supo tejer una
red de vínculos con la ciudad
38 Armas y Cuerpos Nº 143 ISSN 2445-0359