132 JOSÉ SEMPRÚN BULLÓN
Mientras, los campos son patrullados por los denominados «cuerpos
volantes», que llevan a cabo las correspondientes misiones de «búsqueda y
destrucción». También se emplean unidades de contraguerrilla formadas en
algunos casos –que como parece lógico figurarán entre las más eficaces– por
ex-guerrilleros insurgentes que han cambiado de campo.
Las fuerzas de diverso tipo que sostienen la causa realista son numéricamente
importantes: según el virrey Calleja, en el momento de su cese hay
cerca de 40.000 tropas veteranas, expedicionarias y provinciales y 44.000
de las urbanas y locales.
Los mandos virreinales dividen a estos efectos el territorio del virreinato
en catorce zonas de operaciones, cada una al mando de un comandante
militar, que usualmente actúa con bastante independencia; lo que en ocasiones
tiene consecuencias negativas para la marcha de las operaciones y que
a veces origina falta de coordinación con las fuerzas de las zonas limítrofes.
Límites que al estar muchas veces marcadas por accidentes orográficos
favorecen precisamente la acción de las guerrillas enemigas. Por lo
demás no dejará de observarse que, en definitiva, es ésta de la división del
territorio en zonas de operaciones con mandos autónomos una de las muchas
analogías de la contienda a que nos referimos con otras campañas de
contrainsurgencia contemporáneas.
Mandos realistas intermedios, pero que actúan con notable independencia,
son el criollo Agustín de Iturbide, comandante en 1816 del Ejército
del Norte, el mariscal de campo de la Cruz, gobernador de la Audiencia de
Guadalajara y el brigadier Arredondo que lo es de las Provincias Internas,
con sede en Monterrey.
Todos obtendrán importantes éxitos en sus respectivas áreas de demarcación:
los dos primeros en zonas de persistente actividad insurgente y
el tercero que deberá enfrentar a la expedición de Mina, y que atiende a la
frontera Norte y Noreste11.
La guerra, especialmente cruel en casi todos sus momentos –a diferencia
también de algunas etapas de la que tiene lugar en la América Meridional–
causa buen número de bajas, aunque seguramente no podamos
conocer datos fiables, ni siquiera aproximados.
Se han barajado las cifras redondas y fantásticas correspondientes;
así, el historiador mejicano Bustamante habla de 200.000 víctimas; el embajador
norteamericano –y «filósofo» de una determinada actitud de los estados
de la América española frente a su vecino del Norte–, Poinsett, calcula
entre 400 y 500.000. Por nuestra parte, sin poder aducir dato preciso alguno,
consideramos esas cifras como muy exageradas.
11 Brian R. Hamnett, The roots of insurgency. Cambridge, 1986.
Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2021, pp. 132-148. ISSN: 0482-5748