78 EMILIO DE DIEGO GARCÍA
si no están hermanadas con la razón y con la justicia. Esta actitud le valió
la hostilidad de importantes políticos, como Pastor Diaz, y militares como
Ros de Olano, y apenas el apoyo de algún personaje como Pi y Margall. Sus
palabras tuvieron un eco muy favorable en medios mexicanos. La figura de
Prim se hizo acreedora del agradecimiento y el respeto de México.
Con todo, la declaración efectuada en las Cortes españolas con motivo
del discurso de la Corona de 1858, alertó a los gobiernos de Londres y
París. También Inglaterra y Francia26 tenían deudas que cobrar en México y
obtener reparaciones por los daños infringidos a sus respectivos connacionales.
Por el momento la guerra entre Francia (aliado de Piamonte-Cerdeña)
y Austria, iniciada el 5 de mayo de 1859, dentro del proceso de unificación
italiana, obligó a Napoleón III a aplazar sus proyectos en México.
Además no sólo los conflictos en el Viejo Continente frenaban los afanes
intervencionistas de Francia, Inglaterra y España al otro lado del Atlántico.
Allí habría que tener muy en cuenta la posición de Estados Unidos y sus
ansias expansionistas. Fue George Washington, el primero en señalar como
uno de los objetivos esenciales de la política estadounidense el «¡América
para los americanos!», esta teoría a la que acabaría dando nombre John Quincy
Adams, sexto presidente de Estados Unidos reformuló aquella proclama
y advirtió que cualquier intervención de los europeos en América sería vista
como un acto de agresión que provocaría la reacción estadounidense. James
Monroe repitió y popularizó, en 1823, esa «doctrina» que acabaría tomando
su nombre. Aun con algunas limitaciones el veto al «neocolonialismo» europeo
se había mantenido con, no poca eficacia, en las décadas siguientes.
Al margen de los condicionantes externos, la situación no mejoró en
los meses siguientes. México, en plena guerra civil, no estaba en condiciones
de satisfacer las demandas españolas y las de los otros países europeos
con intereses allí. Pero éstos tampoco pudieron intervenir de momento. Habría
que esperar una mejor oportunidad y entre tanto España volvió a la vía
diplomática. Después de varios meses de negociaciones y, tras salvar no
pocos obstáculos, nuestro embajador en París, Alejandro Mon, alcanzaría un
nuevo compromiso con el representante en la capital francesa del gobierno
conservador de México, presidido por Miramón, el general Almonte27. Por
el denominado tratado Mon-Almonte, de 26 de septiembre de 1859, México
se comprometía a satisfacer las demandas españolas y, de este modo, se re-
26 Ver Garfias Magaña, Luis: La intervención francesa en México. Panorama Editorial,
Madrid, 1980. Pág. XXII Los franceses ya habían intervenido en México entre abril de
1838 y marzo de 1839, en la llamada «guerra de los pasteles»
27 Ver Diego García, Emilio de: Estudio preliminar a Alejandro Mon. Discursos Parlamentarios.
Ed. Congreso de los Diputados, Madrid, 2002, pp. 63-66.
Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2021, pp. 78-82. ISSN: 0482-5748