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revista de aeronáutica y astronáutica / marzo 2022
220 el Spanish Hospital de Bagram
Todos con el corazón constreñido por
un puño con guante de hierro.
El vehículo que te transporta, una
vulgar carretilla de obra, nos golpea,
nos sacude. Descoloca toda nuestra
tabarra querulante de sociedad opulenta.
Aquí vemos un allí donde la
queja y exigencia desborda la necesidad.
La sobrepasa. ¿Cuándo nuestra
avaricia tendrá satisfacción? Aquí, sin
embargo, todo falta.
Pero el tiempo y la distancia aportan
una perspectiva distinta y de repente
me veo cambiando de opinión.
De repente veo a la niña tuberculosa
que únicamente posee unos cuantos
bacilos y un puñado, que me ofrece,
de pasas.
Veo el burka raído, sucio y descolorido,
inmóvil en la acera en un cruce
de Kabul. No sé si debajo de él hay
una mujer, o tal vez su cadáver. La velocidad
de la ambulancia me permite
percibir ligeramente la escena. La situación
nos impide detenernos.
Así, ahora te me representas como
una privilegiada. Dispones de personas,
pues alguien te trae, y dispones
de recursos, aunque parezca un disparate
asignar semejante término a
tan elemental aparejo. Pero, al fin y
al cabo, ambos, personas y recursos,
son privilegios.
Para más dificultad, sobre la batalla,
la cultura. Debimos hacer frente
también a las limitaciones derivadas
de las imposiciones culturales. Otra
vez más, mujer, dan igual nuestras
intenciones, deseos y aspiraciones
(por solícitas que sean) si no dejas,
si no permites, que nos acerquemos
a ti. Seis mil kilómetros no son nada.
Los últimos metros, un abismo imposible
de cruzar. Nos necesitas, y creo
(no, estoy seguro) que nosotros a ti.
Y, sin embargo, nuestra mutua necesidad
se ve insatisfecha por siglos de
separación.
Alguien, creo saber quién, tuvo el
acierto de incorporarlas como elementos
del despliegue, no solo en
vuestra condición de soldados y profesionales
de la salud, sino también
como mujeres. Vosotras, mujeres (además
de soldados) tejisteis el puente
sobre el Piélago que nos permitió (a
todos, como un solo colectivo) cruzar,
salvar, esos últimos metros.
Triste destino el nuestro, el de todos,
si no alcanzamos a proporcionar el alivio,
al que nos habíamos comprometido,
a la mitad de todos ellos, a ellas.
Esposos, padres, hermanos, todos
ellos, pero también muchas de vosotras,
os mantuvieron al otro lado de la
sima. Inalcanzables.
Permisos especiales, individuales,
puntuales (todas las reservas son
insuficientes) permitieron, esporádicamente,
acercarnos a alguna de
vosotras. Difícil contexto, aunque gratificante.
No sé si la confianza (me gustaría),
creo más bien que la necesidad
(debo rendirme a la evidencia), creó
puentes, frágiles y perecederos como
una tirolina, que ocasionalmente, a nosotros,
varones, nos permitió acercarnos
a vuestro sufrimiento.
Este consentimiento, contemplado
cómo expresión de la última cadena
que os ata o del cincel que la rompe.
Todavía no sé cómo interpretarlo.
Veo la madre aislada cuya única posesión
es la ignominiosa soledad a la
que está condenada y un hijo, ¿hija?,
enfermo. ¿Qué aciago destino te condenó?
¿De qué cruel delito se te hace
responsable? ¿Qué ignominioso pecado
te hace cumplir, así tan marginada,
semejante penitencia?
Tu imagen solitaria, apartada (más,
se percibe, por inmisericorde imposición
que por ascética decisión)
impacta en nuestros acomodados corazones,
miradas hartas del hastío de
la abundancia y mentes acostumbradas
a la mezclada multitud de almas
aisladas.
Pero tu soledad no es solo tuya, y
por ello, supongo, es mucho más
dolorosa. ¿Por qué tu culpa, si la tuvieses,
de ser víctima de la falta de
clemencia de los tuyos, debe ser extendida
al hijo (lo mismo da si fuese
hija) que tan delicadamente acoges
en tus brazos, cansados de asirte al
vacío de una existencia condenada al
aislamiento?
¿Y si tu soledad no fuese únicamente
la soledad de estar sentada unos
pocos metros más allá de donde termina
la «cola» de entrada a la consulta
que, desde nuestra condición de médicos
y españoles, os hemos ofrecido
como liviano bálsamo de vuestros pesados
dolores? ¿Y si tu soledad fuese,
además, la zozobra de un futuro de
estigmas para tu hijo? Si es así, ¡qué
desoladora angustia si fuese niña! Fu-
Sufrimiento