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revista de aeronáutica y astronáutica / marzo 2022
memoria histórica del EA 239
le preguntó si hacía un looping.
Instantes después del ok ya estaban
picando para luego trepar
veloces al cielo para rematarlo
y luego, de propina, ¡un tonel!
¡Increíble! tenía 91 años y no lo
había olvidado. Bajó del avión
super excitado y con cuarenta
años menos, ¡Qué maravilla!
Hace 85 años
Copiloto heroico
17 febrero 1937
En la última revista, incluyendo
una retrato del capitán
José Calderón Gaztelu, citábamos
de pasada a su segundo, el
alférez Taillefer quien, consciente
del «fregao» en el que se metían,
se sacrificó con él. Curiosamente,
en ninguno de los relatos de aquella
aventura heroica, se ha escrito
más de dos líneas sobre quien
volaba en el asiento derecho de
la cabina. Hoy queremos referirnos
a él:
Malagueño de 35 años,
Francisco «Paco» Taillefer se había
hecho piloto en 1931 con la
primera promoción del Aero
Club de su ciudad. En 1936, sabiéndose
perseguido, aceptó la
protección del cónsul italiano
y, a través de él, embarcó en un
buque de guerra rumbo Tánger.
Tan pronto llegó se presentó al
enlace de la zona nacional capitán
Parladé, quien le acompañó
a Tetuán, ordenando a las autoridades
su traslado a Sevilla en un
aparato de transporte de tropas.
En Tablada se encontró con su
amigo, el capitán Joaquín García
Morato, y a este le faltó tiempo
para, de momento, encajarlo
en la tan voluntariosa como eficiente
«escuadrilla» de avionetas
del Aero Club de Andalucía, en
la que inmediatamente comenzó
sus servicios. Pilotando de aquí
para allá las DH Moth, Caudron
Lucile, Monocoupe y Miles
Falcon, con los más variados cometidos,
no paró. Peliagudo, fue
aquel vuelo en la Monocoupe
(30-58) a Navalmoral «para recibir
órdenes», puesto que hallándose
fuera del aparato, el ataque
de una escuadrilla de Rasantes
pilotados por aviadores soviéticos,
la dejaron como puede verse
en la foto.
Antes se había enrolado en
la Legión, prestando servicios
en Aviación como legionario
en consideración de alférez.
Destinado a los Junkers 52 se incorporó
al aeródromo de Veladas
(cerca de Talavera de la Reina).
Pocos días después, el 16 de febrero
de 1937, como cantara el
romance de Paco Vives, «en humo
e gasolina subía hasta las
estrellas».
Nota de El Vigía: Este cronista
no conoce el asunto de recompensas,
–«Doctores tiene la
iglesia»– pero le llama la atención
que no fuera recompensado,
con el ascenso o la Medalla
Militar, que el mando tan generoso
para otros fue.
Internados
Durante los años de la Segunda
Guerra Mundial, aproximadamente
un cuarto de millar de aviones de al
menos cinco nacionalidades, hallaron
refugio en territorio español. Muchos se
estrellaron, otros resultaron dañados tras
un aterrizaje forzoso, y bastantes, aunque
la falta de repuestos les impedía volar y
ser de alguna utilidad para el Ejército del
Aire, podían haberse conservado para
un hipotético Museo del Aire, tan solo
un puñado fueron aprovechados y lucieron
la Cruz de San Andrés en su deriva.
Este cronista conserva vivo el recuerdo de un par de ellos: jugábamos, en la cercana casa de los primos,
la apacible y soleada sobremesa del 27 de marzo de 1944 cuando, procedido de un bramido, pasó sobre
nosotros a muy baja altura un enorme avión; su velocidad y la espesura del arbolado donde nos encontrábamos
me impidió identificarlo. Luego contaron que se trataba de un Liberator que, «tocado» en Francia,
penetró en España y abandonado por su tripulación en paracaídas en el valle de Asúa, cercano a Bilbao,
lo orientaron hacia el mar, pero caprichosamente virando fue a caer, más que estrellarse, en una campa en
las cercanías de Plencia.
Al que si ví, y más de una vez, fue a un hidroavión trimotor de la Luftwaffe modelo Blohm und Voss BV-
138, que durante casi tres años permaneció en aguas del Nervión (la Ría de Bilbao) a la altura de Erandio,
primero a flote y luego sobre el muelle. Abandonado al parecer por sus tripulantes, había sido encontrado
en alta mar por el pesquero Reina de los Ángeles el 24 de septiembre de 1943. El armador de la citada
embarcación hizo gestiones con el Ejército del Aire, que aún reconociendo su valía –estaba- intacto– no
le interesó su adquisición, por lo que lamentablemente acabó desguazado por un chatarrero guipuzcoano.
Por último, una historieta que conocí en aquellos años fue la del Mosquito que cayó en la finca de los
Ybarra en La Peña (Navarra) el 11 de noviembre de 1943. Había despegado de la base de Benson pilotado
por el W/C Donald Cecil Broadbent Walker para hacer un reconocimiento de la localidad de Modane
(Francia), alcanzado por la antiaérea y, ante la imposibilidad de volver a su base, trató de alcanzar Gibraltar,
pero mucho antes el piloto ordenó al navegante que se arrojara en paracaídas, lo que felizmente se llevó a
cabo; pero cuando quiso hacerlo él, al quedar enganchado en el avión lamentablemente cayó con él que,
al estrellarse, explotó.
Mi amigo Gabriel Ybarra y Elío me contó que sus padres no solo se encargaron del entierro y sepultura
en el pequeño cementerio de Peña, sino que mantuvieron muy buenas relaciones con la familia Broadbent
Walker, de la que fueron anfitriones cuando les visitaron. De gran valor histórico es la carta que la madre
de Gabriel escribió a su abuela, relatando el suceso que con su marido presenció en «barrera», como todos
los fieles a la salida de misa.