revista de aeronáutica y astronáutica / abril 2022
memoria histórica del EA 335
tío, mirando al cielo), en el fondo
conmigo era majo. Había conocido
a mi tío aviador en el Cuatro
Vientos de preguerra y, en definitiva,
era un gran profesional que
había servido en los Fiat de la 8-E-
3; de ahí que, aún pasado el tiempo,
a él «no le mandaba nadie»
salvo su antiguo jefe de escuadra,
el general Salas.
De todos los chascarrillos uno,
precioso, que lamentablemente
no pude confirmar su veracidad,
sucedió en Matacán en los primeros
años 50 del pasado siglo.
Se trataba de un soldado, de
plataforma quien, absolutamente
atraído por aquel B-25 Mitchell
que, internado en Melilla, había
sido destinado allí, machaconamente
pedía, rogaba a todo aquel
que le quisiera oír, que deseaba
ardientemente que le volaran en
aquel bombardero, protagonista
de 30 segundos sobre Tokio, una
película que decía haberla visto
mas de veinte veces.
Por fin, un dicharachero capitán
que pasaba varias veces ante
él, le atendió y tras advertirle, que
por seguridad, el llamado «Plan
25» pasaba a ser considerado alto
secreto, al día siguiente le citó a las
12:00 horas. Coincidentes ambos
bajo el avión, tras insistir en que
lo que iban a hacer estaba absolutamente
prohibido y, por tanto,
habría de tener paciencia absoluta,
permanecer callado y tan solo,
ya en vuelo, podía incorporarse
y, acompañado, se trasladaría al
acristalado puesto de ametrallador
de proa con que tanto soñaba.
Luego de tales advertencias,
abierta una trampilla, por medio
de una escalera le conminó a que
se introdujera en aquella oscura
dependencia, sugiriéndole que
para su comodidad se acostara en
el piso sobre una lona.
Emocionado nuestro personaje,
no se lo podía creer. Pronto
pudo oír la llegada de la tripulación,
la puesta en marcha (¡vaya
ruido!) y la comunicación radio
con la torre que, tras facilitarle
los últimos datos meteorológicos,
le autorizó a entrar en pista. El
avión comenzó a moverse (¡qué
emoción!), rodando por un terreno
muy irregular que lo notó
en su espalda. Al alcanzar la pista,
la suavidad era palpable (¡qué
maravillosa sensación!). Allí, la
tripulación llevó a cabo la prueba
de motores, primero el uno y
luego el dos; tal era el volumen
acústico que el soldado polizón
creyó volverse loco y que de esta
forma no llegaría a disfrutar
del vuelo. Pero no, tan pronto se
redujo el volumen y la torre autorizó
el despegue, aquello se
convirtió en la gloria, ajustados
ambos motores, Aunque ya le habían
advertido que hasta que no
lo rescatasen, el vuelo sería muy
tranquilito. No cabía duda de la
calidad de los pilotos españoles,
¡cómo habían llegado a dominar
la moderna aviación! Por lo que
pudo oir, en un momento dado
la tripulación notificó a la torre
hallarse a 1000 pies al suroeste
de Salamanca, y a continuación
el dicharachero capitán con
quien había pactado la operación
«Plan25» le djo: «tranquilo, mantente
tumbado, ahora voy a por
ti». En ese momento las grandes
puertas de lo que en su día fuera
el depósito de bombas, sobre las
que se hallaba acostado, se abrieron,
apareció luz y en el espacio
a poco más de dos metros sobre
un colchón.
Se decía que hubo mucho espectador
que prorrumpió en vivas
y aplausos, y del soldadito
polizón nunca más se supo.
Cartillas ilustradas
En mis ya largos e intensivos años de investigación
histórica, centenares de cuadernos
de navegación, libros o cartillas de vuelo,
–que en distintas épocas se llamaron así– han
pasado por mis manos. Pruebas irrefutables
del quehacer del aviador, de ellas pueden obtenerse
datos cruciales. Especialmente curiosos
los que aparecen en la casilla observaciones.
A modo de ejemplo citaremos el caso puntual
de José Vicente Muntadas (hermano de
«Muntaditas») quien el 7 de julio de 1939 anota
un vuelo en el 3-156 (BF-109). Tiempo: 1,05.
Lugar : no indica; Objeto del vuelo: combate y,
en Observaciones, añade un dato de gran valor:
Farriols salta en paracaídas y se rompe una
pierna.
Establecido el valor de las cartillas, hoy y en
fechas sucesivas, queremos referirnos a las de
aquel aviador irrepetible que fue el teniente general
Carlos Pombo Somoza, Medalla Aérea y
sin duda uno de nuestros más grandes voladores
quien, un día, en plan divertido, les dio vida
ilustrándolas.
De antiguo conocía las cualidades pictóricas
del teniente general, quien me contó su ocurrencia. Fascinado ante tal revelación, me prometió que algún día me las dejaría para copiarlas y publicarlas
si ese era mi deseo, advirtiéndome que unos eran cuatro trazos, y otros más refinados. Lamentablemente su caída mortal practicando
equitación (ver RAA n.º 746, septiembre de 2000) impidió la cesión, que la llevó a cabo su encantadora hija Malocha, mano a mano a través de un
amigo común.