136 JUAN JOSÉ DE LAMA RODRÍGUEZ
y llevan un ojo a la espalda, porque en cualquier momento pueden quedarse
aislados.
Cortés divide su flota y les asigna tres bergantines a Alvarado y a
Sandoval, reservándose siete para él. El hostigamiento a las canoas es constante,
se hunde cualquiera que intenta salir o entrar con víveres. El mismo
sitio al que fue sometido Alvarado (y luego todos), pero vivido a la inversa.
Ya dije que la plaza es mala de defender. Aún así, lo ganado durante el día
se pierde por la noche; no se puede dejar un retén después de agotarse en la
pelea. Las pequeñas aldeas lacustres que hasta ahora han sido testigos de la
pelea, se ofrecen a Cortés. Unos días más tarde, Alvarado comete un grave
error; entra sin asegurar la retaguardia y cae en una emboscada; se le llevan
cuatro españoles al sacrificio. Si las relaciones entre Cortés y Alvarado ya
están mal desde la retirada (Sandoval es su ojito derecho, siempre recurre a
él) a partir de ahora, irán a peor. Y eso que se había marcado un buen tanto
ante el Capitán General al romper el caño que desde Chapultepec abastecía
a la ciudad de agua dulce.
Los capitanes y soldados están más que hartos de la situación; no
quieren tener que abandonar por la noche lo que tanto esfuerzo, fatiga y bajas
les cuesta por la mañana, y exigen a Cortés llegar al mercado y tomarlo y
hacerse fuertes allí. A regañadientes, Hernán accede y las tres guarniciones
convergen sobre él. Pasan una zanja que creen bien firme rellena de cañas,
barro y piedras, pero la pasarela se viene abajo y cuando se quedan aislados,
miles de mexicas desesperados se les echan encima. Cortés es herido y capturado
pero Olea llega de nuevo para salvarle y esta vez, su valerosa acción
le cuesta la vida. En la desastrosa acción, se tienen miles de bajas aliadas, se
pierde un bergantín y sesenta y ocho españoles son capturados. Diez son decapitados
en el acto y sus cabezas son arrojadas hacia el ejército aliado. Los
otros cincuenta y ocho son sacrificados en el Templo Mayor, a la vista de la
horrorizada hueste. Cortés busca desesperadamente a Sandoval y Alvarado,
a los que también halla heridos, pero vivos. Tienen de regresar al real; casi
a la casilla uno. El desbarato es tan grande que las ciudades que han ganado
en tierra firme empiezan a rebelarse, hasta que llegan refuerzos tlaxcaltecas
que toman la iniciativa de los ataques.
Cortés no quiere ver la ciudad destruida y las ofertas de paz a Cuauhtémoc
son constantes. Envía a Malintzin de embajadora, pero todas las peticiones
de mantener una cumbre son rechazadas. Un detalle importante que
me interesa recalcar; mientras Cortés siempre actúa en primera línea con el
mayor de los riesgos, al tlaotani jamás se le ve en el frente.
Ante la negativa a hablar y pactar, la estrategia cambia radicalmente y
nunca más se va a dar un paso sin asegurar antes la posición. Guerra urbana.
Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2020, pp. 136-140. ISSN: 0482-5748