DIFERENTES CULTURAS,
DIFERENTES
PROCEDIMIENTOS
Como toda relación humana, las relaciones
entre líderes políticos y militares
dependen, en gran medida,
de las personalidades implicadas y
de las habilidades de comunicación
y persuasión de cada uno. No obstante,
hay fenómenos que marcan las
relaciones civiles-militares de manera
general y afectan a cualquiera que
participe en ellas. Uno de los más conocidos
es la enorme diferencia entre
las culturas de trabajo en el entorno
político y el militar.
La cultura de trabajo militar está diseñada
y probada a lo largo de la historia
para adaptarse a una situación extrema
como es la guerra. El mando de
unidades militares requiere planeamientos
detallados, órdenes sin lugar
para la ambigüedad, procedimientos
estándar y una jerarquía perfectamente
clara que garantice la transmisión
de órdenes y su cumplimiento sin
demoras.
La cultura política presenta diferencias
sustanciales con este modelo.
En general, los políticos necesitan
flexibilidad, múltiples opciones y
vías alternativas cuando las cosas no
marchan bien. La mayoría de los líderes
políticos se encuentran bastante
cómodos en la ambigüedad, que no
les compromete demasiado y les permite
cambiar de rumbo dependiendo
de las circunstancias. A veces esto se
presenta con connotaciones negativas
hacia la clase política, pero se trata
de un error; sencillamente, la política
es así y requiere una manera de
trabajar muy diferente a la de un Estado
Mayor militar.
La consecuencia es que los militares
suelen esperar una claridad, una rotundidad
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y un grado de compromiso
en las instrucciones políticas que muy
rara vez van a encontrar. Como contrapartida,
los políticos desearían que
sus generales les ofreciesen un abanico
flexible de opciones que, además,
les permita pasar fácilmente de una
a otra según evolucione la situación,
algo que no suele ser lo habitual.
Para complicar más las cosas, los militares
solemos fundamentar nuestras
decisiones en rigurosos y complejos
sistemas de planeamiento, mientras
que los políticos confían más en las
percepciones de las personas de su
entorno, las tormentas de ideas y su
propio instinto. Además, en situaciones
de crisis, el político requiere un
asesoramiento casi inmediato, algo
que no siempre encuentra en sus generales.
La tendencia de cualquier líder
militar ante el planteamiento de
un problema complejo es replegarse
sobre su Estado Mayor para regresar
en un par de días con un documento
normalmente voluminoso. Demasiado
volumen y demasiado tiempo para
un líder político, del que se esperan
decisiones rápidas y continuas ante
situaciones imprevistas de crisis.
Las diferentes culturas en el nexo de
las decisiones estratégicas producen
fricciones que a veces llegan a
tener una influencia muy negativa en
la conducción de una crisis y que, incluso,
pueden ir más allá. Es fácil que
un líder político exasperado termine
por considerar a sus generales como
burócratas sin remedio empeñados
en procedimientos tediosos e interminables.
También puede ocurrir que
un líder militar llegue a la conclusión
de que su superior político es un caso
perdido, voluble, superficial e incapaz
de fundamentar sus decisiones en un
análisis riguroso del problema.
A veces se producen situaciones que
rozarían la comicidad si no estuviesen
en juego vidas e intereses nacionales.
En su artículo Thought Cloud,
Rosa Brooks narra cómo, ante la convocatoria
de un referéndum de independencia
en Sudán del Sur que podía
provocar una espiral de violencia,
los asesores civiles del secretario de
Defensa norteamericano solicitaron
opciones de empleo de fuerzas a sus
interlocutores militares.