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frenética para crear hospitales dotados
de medios asistenciales y quirúrgicos
para atender a los soldados que
estaban jugándose la vida por España.
En el monumento que se diseñó para
perpetuar la memoria del ilustre tribuno
don Emilio Castelar no podía faltar
el recuerdo de haber dado de nuevo
vida al arma de artillería —que había
llegado a desaparecer—, representada
en un soldado fuerte y ceñudo asido
a un cañón que enfila el paseo de
la Castellana de Madrid en dirección
a la plaza de Castilla, como si pretendiera
guardar la ciudad de algún —o
algunos— posible enemigo. Como
agradecimiento, el arma de artillería
regaló a Castelar un disco de hierro
fundido esmaltado en oro que es una
auténtica maravilla.
En medio del paseo de la Castellana,
una plaza llevaba el nombre del título
nobiliario del general Gutiérrez de la
Concha: marqués del Duero (hoy en
día Doctor Marañón), título concedido
por la incursión en tierras portuguesas
y por el que es más conocido. Peleó
con valor en las tres guerras carlistas,
se enfrentó y derrotó nada menos
que al Tigre del Maestrazgo y se puso
al frente de sus soldados en el monte
Muru para morir en su puesto de mando.
Fue un soldado destacado, seguro,
disciplinado y táctico, pero estaba
lejos de la genialidad de Prim, Serrano
o Espartero. La estatua es bella, elegante,
pero ese brazo levantado —que
se supone que muestra una actitud de
arenga— carece de la firmeza que debería
tener.
Nos vamos hasta la entrada del Hospital
Central de la Cruz Roja San José
y Santa Adela, en la avenida de la Reina
Victoria, donde se encuentra el
monumento dedicado a la duquesa de
Monumento a Emilio Castelar