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en campo abierto; a continuación,
las formaciones de marcha, aquellas
que servían para moverse de un
lado a otro de la geografía; y, por último,
reconoce las formaciones de
campamento, en las cuales se cuidaba
la distribución de las tropas en
campamentos y fortalezas. Continúa
el autor afirmando que, en cuanto a
las formaciones militares, las tropas
hispánicas solían usar tácticas militares
similares, por ello quizá esta división.
Dentro de este apartado hace
una distinción favorecida por la amalgama
y diversidad de gentes que formaban
los ejércitos imperiales e hispánicos.
En este sentido, el autor (op.
cit.) observa que, dentro del conjunto,
había ciertas particularidades según
el origen de las tropas. Así, los italianos,
españoles y valones tenían mayor
inclinación por las armas de fuego,
mientras que tudescos o suizos
preferían las picas, tal vez por que se
trataba de tropas mercenarias y las
armas de fuego eran caras.
Esta clasificación anterior de Juan
Molina está muy bien, aunque los
autores expertos en la materia suelen
guiarse por la táctica en cuestión.
Desde nuestro análisis nos vamos a
guiar por la distribución de Juan Molina,
pero solamente en lo que concierne
a las formaciones de batalla,
y dentro de ellas distinguiremos las
formaciones ofensivas y las defensivas,
ya que así se entenderá mejor la
manera de atacar o defender de los
tercios españoles.
Como aparece en Revista de Historia
(2015), en la organización general de
las fuerzas española predominaba la
infantería, que se distribuía de manera
general en un cuadro de picas, que
formaba el grueso del ejército, respaldado
por arcabuceros y mosqueteros
en los flancos. Dentro de estas
formaciones, por supuesto, encontramos
a los rodeleros, músicos, portaestandartes,
capellanes, caballería
y todo el entramado logístico que en
las batallas no se aprecia, pero que
son fundamentales para los soldados,
de igual manera que la artillería
—sobre todo con mayor presencia en
el siglo xvii— y los zapadores3. Esto
no debe sorprendernos, ya que un
ejército de tales dimensiones y preparación
debía disponer de todo ello.
La necesidad de una incesante actividad
armada, como lo denomina
Laínez (2012), llevó a la creación
de una «escuela militar española»
—continúa el autor—, en la cual se
mezclan las tradiciones guerreras
hispanoárabes con las viejas legiones
romanas, el espíritu colectivo
nacional y los nuevos elementos bélicos
aportados por los avances tecnológicos;
evidentemente, habría
que sumar los tratados bélicos y la
forma de entender la nueva guerra
a través del hombre que revolucionó
el arte de la guerra, el Gran Capitán.
Laínez (op. cit.) resume, de esta manera,
los principios en los cuales se
Diagrama de la formación en cuadro en la que se aprecian las mangas de arcabuceros y mosqueteros