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b) La caracola auténtica
Esta técnica se utilizaba de manera
similar a la anterior, pero con la salvedad
de que la unidad de caballería
se detenía a unos cincuenta metros
del objetivo, «mientras cada fila, de
manera independiente, se acercaba
al blanco para disparar sucesivamente
». Como establece Cañete (op. cit.),
«el grueso de la unidad permanecía
detrás en todo momento, como fuerza
de cobertura».
c) La limaçon o caracol
Esta técnica, en palabras de Cañete
(op. cit.), «era parecida a la Caracola
Auténtica, pero los disparos se
hacían por columna en lugar de por
fila. Cada columna en sucesión, empezando
por la izquierda, se aproximaba
al blanco, giraba a la izquierda,
se posicionaba paralela al frente
enemigo, realizaba la descarga, y luego
cabalgaba por detrás del cuerpo
hasta ocupar su posición original y
recargar. Esta maniobra era particularmente
popular entre los arcabuceros
a caballo».
d) La caracola protestante
Esta técnica es más aparatosa pero
más fácil de ejecutar. Continuando
con Cañete (op. cit.), «toda la unidad
se acercaba a distancia de fuego y la
primera hilera disparaba sus pistolas,
luego la unidad, toda, giraba bruscamente
a la izquierda de manera que la
columna de la mano derecha pudiera
disparar. La Caracola Protestante
se consideraba idónea para unidades
que no habían recibido entrenamiento
para ejecutar maniobras más
complicadas, o si el comandante pretendía
cargar después de la descarga
inicial».
Por tanto, la caracola es una técnica
diseñada para maximizar la potencia
de fuego y realizar el mayor daño posible
al enemigo, causar más bajas.
Esto se lograba restando profundidad
a los batallones. Concluyendo con la
visión de Cañete, se podría establecer
que las armas de fuego causaban
mayor daño que las espadas o lanzas,
es decir, era más efectiva la caracola
que la carga, ya que esta última «podía
romper o dispersar una unidad,
pero no producía muchas bajas».
Carga de caballería frente a escuadrón de picas. Obra de Mikel Olazabal
4. LA MARCHA
«Siguiendo instrucciones del maestre
de campo, el sargento mayor daba órdenes
al tambor mayor para la recogida
de las tropas. Estas se preparaban
y formaban escuadrón, poniéndose en
camino», así lo describe Miguel Ángel
García (2010). En vanguardia solía ir, según
el autor, una compañía de arcabuceros,
y en retaguardia otra; mientras el
grueso, el escuadrón, iba separado de
unos doscientos pasos de ambas compañías,
82 / Revista Ejército n.º 969 • diciembre 2021
en el centro. De esta manera,
en caso de emboscada o ataque enemigo
los arcabuceros disparaban favoreciendo
la contención del enemigo y la
preparación del resto; con ello, en plena
marcha y debido a su disposición, el escuadrón
actuaba de rápidamente, disponiéndose
en seguida en formación
de batalla, es decir, picas en el centro y
armas de fuego a los flancos25.
Miguel Ángel García, nuevamente,
nos relata cómo era la marcha: «Durante
la primera media milla, el maestre
de campo y el sargento iban a caballo.
Los demás oficiales caminaban
junto a sus hombres, con los oficiales
y el abanderado. La tropa iba en silencio,
a toque de tambor. Delante iba la
disciplina. Los alféreces entregaban la
bandera a los abanderados y los criados
entraban a las filas a coger las armas
de sus dueños. Después de esto
los oficiales y los hombres que disponían
de monturas montaban sus cabalgaduras,
y continuaba la marcha. Si un
soldado que no disponía de mozo tenía
que abandonar la formación por alguna
necesidad, dejaba su armamento a
algún compañero. En la última compañía
de arcabuceros y el grueso iban las
mujeres, mochileros desocupados y el
bagaje, que transportaba soldados enfermos
y aspeados, el equipaje de tropa
y la impedimenta, que llevaba útiles de
gastadores, pólvora, munición, cuerda
y picas para arcabuceros que sobrasen
al hacer el escuadrón y a alabarderos.
También aquí se encontraban los carros
con propiedades de los oficiales.
Las mujeres tenían prohibido ir a pie,
para no retrasar la marcha. A no ser
que tuvieran medios propios tenían que
acomodarse en el bagaje o carromato.
El resto iban en monturas propias o requisadas
por recibo y eran devueltos al
final de la etapa».
El furriel mayor, como se ha visto, era
el encargado de buscar alojamiento en
las poblaciones aledañas. Solía adelantarse
al resto y adentrarse en territorio
amigo para, de esta forma, preparar
los alojamientos. A la hora de marcharse
del pueblo o ciudad donde habían
estado alojados, para reanudar la marcha
el capitán de los arcabuceros de retaguardia,
según Miguel Ángel García
(op. cit.), tras inspeccionar la población
que dejaban atrás, recogía las quejas,
si las hubiere, de los vecinos. La inspección
se realizaba por si hubiera emboscadas
enemigas o para asegurarse
de que ningún soldado desertaba.
Las paradas se realizaban en lugares
con agua, para poder descansar, beber
y comer. Solían realizarse los «altos en
el camino» para que los piqueros con
armadura, coseletes, pudiesen descansar,
ya que llevaban encima mucho
peso. Con ello, además, favorecían que
la unidad no estuviera desperdigada y
se mantuviera unida, así esperaban
también a los soldados de retaguardia.