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los protagonistas, como se acaba de
mencionar. La infantería se mostraba
implacable ante la caballería.
Por otro lado, la caballería ligera y armada
con espadas, y armas de fuego
como el arcabuz, por ejemplo, sí
que tuvo un papel predominante en
los campos de batalla. Situada a los
flancos y con la misma misión que las
mangas —escaramuzar y desgastar al
enemigo, aunque también perseguir y
cargar contra él—, la caballería ligera
de la época era muy versátil y rápida,
adiestrada y preparada para el combate,
capaz de efectuar disparos a larga
distancia y también de combatir «cuerpo
a cuerpo» como los infantes.
Los expertos hacen hincapié en la
importancia de la caballería para los
tercios, de igual forma que las armas
de fuego. Si bien reconocen que la
caballería cargaba, como se ha visto
en varias batallas, lo que la diferenciaba
de las demás era su táctica de
ataque con armas de fuego, la caracola23
—disparar a caballo de manera
escalonada—. El Gran Capitán, aquel
genio militar de la transición del siglo
xv al xvi, puso en marcha el aprovechamiento
de la caballería, entre
otras muchas cosas, no solo para la
batalla, sino, como es sabido, para
transportar infantería y mercancías,
complementos de tropa o como apoyo
en persecución y escaramuzas.
Esto ahorraba tiempo y, como se ha
visto, ganaba batallas. A medida que
avanzamos en el tiempo, la caballería
va a ser fundamental, como se verá,
una vez más en Mühlberg o San Quintín,
por ejemplo, para cargar y proteger
al escuadrón, pero también para
realizar escaramuzas y especializarse
en el disparo, pues ahora los jinetes
pueden disparar, toda una revolución
en el siglo xvi, causando más bajas y
permitiendo un repliegue mucho mayor
en el campo de batalla.
Así, los avances y la nueva forma de
entender la guerra, esa nueva técnica
que revolucionaba los campos de batalla,
fueron lo que, lejos de desplazar
a la caballería, le dio un sentido nuevo,
a través del uso de armas de fuego
como el arcabucillo de rueda, por
ejemplo, como se menciona en Revista
de Historia (2016), que luego daría
lugar al arcabuz, más usual en la época.
En el caso de los tercios, los autores
van más allá al observar la vestimenta
de los jinetes, ya que estos iban
provistos de indumentaria y armadura
ligeras, lo que les permitía un mejor
movimiento, rapidez y mayor visión.
De esta forma, la caballería era del tipo
«herreruelo», es decir, los jinetes iban
con capa corta y cascos abiertos con
armadura muy ligera (op. cit.).
A. LA TÁCTICA DE LA CARACOLA
Básicamente esta táctica era muy
sencilla y a la vez muy utilizada, a medida
que avanza el siglo xvi. La caballería
se organizaba en filas o hileras,
y los jinetes con armas de fuego
en mano se acercaban a distancia de
disparo, entre diez y treinta metros.
Tras disparar la primera fila de jinetes
estos viraban, girándose hacia atrás,
para dejar paso a la segunda fila y así
sucesivamente. Con ello se desataba
una enorme y continua carga de
disparos sobre el enemigo. Cuando
finalizaban, la caballería se reagrupaba
en retaguardia y normalmente volvían
a cargar sus armas y a realizar la
misma operación, a excepción de que
tuvieran que retirarse, ya que el principal
problema de este ataque es que
la infantería enemiga portaba arcabuces
o mosquetes con mayor alcance
de disparo. A pesar de todo ello, la caballería
de la época estaba muy preparada,
siendo muy precisa para la realización
de maniobras, lo que le daba
cierta ventaja sobre el enemigo24.
Cañete (2018) establece que, si bien
la carga era la preferencia del enemigo,
las tropas católicas gustaban de
realizar la caracola. En ambos casos,
continúa Cañete, la tendencia fue la
de reagrupar la caballería integrada
en las formaciones compactas de
unas diez compañías y unos cien efectivos
cada una. En este sentido, William
P. Guthrie, como bien muestra el
autor, reconoce hasta cuatro variedades
en la caracola, aunque todas ellas
consistían en ataques a caballo en los
cuales se disparaba sin contacto directo
con el enemigo.
a) La caracola simple
«En esta técnica, la formación se
acercaba a distancia de disparo y se
detenía. Abría fuego la primera fila,
que luego iba a retaguardia a recargar,
mientras la segunda fila disparaba,
exactamente como una contramarcha
de infantería. En general
se solía romper el contacto tras una
o dos descargas completas, es decir,
no se agotaba la capacidad de fuego
de la profundidad de la formación»
(op. cit.).
Técnica de la caracola en el centro de la imagen