Detalle del plano de José Pilar donde se observa la gran superficie que
ocuparía el barrio de Argüelles, desde el Cuartel de la Montaña hasta el
arroyo de San Bernardino.
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El nuevo sitio real tuvo una corta vida, apenas un siglo,
hasta el 12 de mayo de 1865, cuando una ley permitió que
una parte relevante del patrimonio de la Corona pasara a
manos del Estado por razones económicas. Esta historia
merece la pena ser contada para entender la importancia
del lugar y de aquella decisión. Aquel año el país se encon-traba
en una situación preocupante desde el punto vista del
Tesoro Público. Las arcas del Estado estaban prácticamen-te
vacías. Era presidente del Gobierno el general Ramón
María Narváez (1799-1868) quien para paliar la situación
propuso a la reina Isabel poner a la venta bienes de la Co-rona
para conseguir algo de liquidez, idea bien recibida por
S.M. a cambio de reservarse el 25 por ciento de las ventas.
Dentro de los bienes enajenados se encontraban aquellas
propiedades innecesarias para el buen funcionamiento de
la Casa Real como tierras de labor, acequias o grandes
espacios como el Real Sitio de la Florida. Si bien la medida
podría considerarse como un acierto del Gobierno y así se
intentó vender a la opinión pública, también hubo voces
discrepantes que levantaron una auténtica polvareda. En-tre
ellas destacó la de Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899)
que se quejó públicamente en el periódico La Democracia,
órgano de expresión personal del que era propietario y di-rector.
En un par de duros artículos, uno de ellos titulado «El Ras-go
», publicado el 25 de febrero de 1865, el profesor Castelar
criticaba duramente «el rasgo de generosidad» de la reina al
considerar que los bienes reales formaban parte de la na-ción.
Las repercusiones del artículo fueron tan demoledoras
que al poco tiempo el país cambió de gobierno y hasta de
modelo político al arrastrar a la reina al exilio tras la Revolu-ción
de 68 ¿Y todo esto por dos artículos? Así es. Las acu-saciones
periodísticas dieron paso a las iras del Gobierno
que puso en marcha toda la artillería del Estado para destituir
de su cargo al docente por haber sido desleal con la jefatura
del Estado. Don Emilio, que ha pasado a la historia política
de este país como uno de sus grandes oradores, sería nom-brado
presidente de la Primera República años más tarde.
En aquella época el país vivía en un permanente movi-miento
sísmico donde todos los actores de la vida pública
—sobre todo la clase política y la prensa— mantenían un
pulso feroz de ideas y maneras de gobernar. Don Emilio era
catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Univer-sidad
Central de Madrid e impartía clases de Historia crítica y
literaria. El ministro de Fomento de entonces, Antonio Alcalá
Galiano, de quien dependía curiosamente la universidad,
pidió al rector el cese fulminante del docente por su atrevi-miento.
La primera intentona fue frenada por el rector Juan
Manuel Montalbán amparado en la libertad de cátedra, pero
la segunda vez ya no pudo con el aparato ministerial. El rec-tor
fue sustituido en el cargo por Diego Manuel Baamonde,
marqués de Zafra, quien tomó posesión del cargo el 10 de
abril de aquel mismo año. Lo que ocurrió después fue el ger-men
de una catástrofe nacional que ha pasado a la historia
con los nombres de «Noche de San Daniel» o «Noche del
Matadero».
Un joven, de nombre Benito Pérez Galdós, fue testigo de
los acontecimientos que tuvieron lugar en la Puerta del Sol
y alrededores y así lo recogió en «Memorias de un desme-moriado
»: «Por la calle de Sevilla y Carrera de San Jerónimo
había pasado la tragedia, dejando en las baldosas huellas
de sangre. Los que allí perecieron, no eran gente díscola y
bullanguera, sino pacíficos señores que en nada se metían;
iban a sus casas; salían del Casino o del café de la Iberia,
pensando en todo menos en su fin inminente…». Estudiantes
y vecinos protestaron por la decisión ministerial y la Guardia
Veterana a caballo disolvió la concentración con extrema
dureza. El resultado: catorce muertos y casi ciento cincuenta
heridos. Fue el detonante de lo que vendría días después: el
cese del gobierno moderado del general Narváez y la vuelta
al poder del general O’Donnell.
La formación del barrio de Argüelles
En 1831 el rey Fernando VII segrega una parte de La Flo-rida
y se la entrega a su hermano pequeño, el infante
Francisco de Paula. Se trata de la Montaña del Príncipe Pío
donde surgiría el barrio de Argüelles, así llamado por Agustín
de Argüelles, tutor de Isabel II. El primer proyecto urbanísti-co
se realizó con los dineros de la Casa Real con el objetivo
de sacar provecho económico a las tierras de la Florida. El
encargado de diseñar el primer planeamiento urbanístico de
la zona fue Carlos María de Castro, el arquitecto e ingeniero
que tiempo después se encargaría de elaborar el Antepro-yecto
del Ensanche madrileño (1858) que daría origen a los
distritos de Salamanca, Chamberí, Retiro y Arganzuela.
Aquellas primeras alineaciones estuvieron formadas por dieci-séis
manzanas trapezoidales y diez calles, cinco longitudinales
y el resto transversales. Una de esas vías longitudinales fue la
calle de la Princesa (antaño paseo de San Bernardino) que sir-vió
de acceso principal al barrio. El proyecto fue firmado el 5 de
febrero de 1857, un mes antes de la aprobación del Ensanche.
Por este motivo en los planos del nuevo Madrid no aparecían el