toria (1895-1935), quien realiza los cursos prácticos, volando
los sábados y domingos, coincidiendo con la presencia de
algún profesor en el campo de vuelo, al no poder prescindir
de su trabajo. Martínez de Aragón logró gran fama en Getafe
cuando realizó dos «loopings» pilotando un aeroplano «Mo-ranne
44
» sobre el pueblo, causando verdadera angustia entre
los que presenciaron sus acrobacias. La ciudad de Vitoria,
en 1935 puso su nombre al aeropuerto que tuvo la capital
alavesa.
Las instalaciones siguen creciendo de forma paralela a la
actividad académica. Se construye una cantina con restau-rante,
con la idea de ampliar los servicios para el personal de
la Escuela y visitantes.
En junio de 1916 se produce en Getafe un hecho de gran
relevancia: se pone la primera piedra del monumento al
Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Son
muchas las personalidades religiosas, civiles y militares que
acuden a la ceremonia. La Escuela interviene de la mejor
forma que lo sabe hacer: volando. En la mitad de los actos,
un rugido atrae la atención de los presentes, son tres avio-nes
que se aproximan hacia el cerro evolucionando sobre la
ermita y los asistentes. Adaro, Menéndez Valdés y Urrizburu
firmaron en el aire el acta que se enterró con aquella primera
piedra de lo que sería el más grandioso monumento religioso
de España y el que serviría de hito y señal venturosa en sus
vuelos a los futuros aviadores destinados en Getafe.
Siguiendo la marcha de la Escuela, en septiembre Jorge
Loring Martínez y Pidal Guilhon consiguen pasar las pruebas
exigidas para los títulos, homologadas por el Real Aero Club.
Jorge Loring, algo más tarde, instalaría una industria aero-náutica
en Cuatro Vientos, donde se fabricaría el autogiro de
Juan de la Cierva.
Cuando más estaba en auge la labor de Kindelán
en la ENA y el pueblo de Getafe volcado con todo lo
relacionado con la nueva actividad, y el futuro puesto
en las nuevas profesiones abiertas por la aviación,
surge un fatídico accidente en el que muere el mar-qués
de Valdecerrato y Castrillo, «Grande de Espa-ña
».
En efecto, el lunes 13 de noviembre de 1916, so-bre
las ocho de la mañana, Lorenzo Fernández de
Villavicencio se dispuso a realizar las pruebas de los
«cinco ochos» consistente, cada uno de ellos, en
dos virajes sobre testigos puestos en el suelo, por lo
que el recorrido dibujaba un ocho o una madeja, de-biendo
aterrizar lo más cerca posible de otro testigo
puesto en el campo.
El marqués se quejaba del comportamiento del
motor, hasta que intervino el profesor Julio Adaro,
encargado, de la prueba, para decidir el cambio de
aparato. Los mecánicos analizaron el problema y al cabo de
unas dos horas el motor ya estaba en disposición de funcio-nar.
El propio Adaro alertó al examinando, antes de ponerlo
en marcha, sobre lo peligroso que sería seguir realizando la
prueba si notaba algún fallo, afirmando, en presencia de los
mecánicos y compañeros, que tomaría tierra en cuanto nota-ra
la menor irregularidad.
El marqués debió notar algo porque su vuelo no era lo per-fecto
que solía, alabeando a intervalos sin razón. De pronto,
a unos quince metros de altura el motor dejó de funcionar y
el avión entró en barrena, quedando el piloto bajo los restos
del aparato. En sólo unos minutos, mientras se trataba de
sacarlo de aquel amasijo, el joven piloto falleció.
La labor de la Escuela quedó cuestionada, achacándose el
accidente a las malas condiciones de aviones y motores de-bido
a su obsolescencia.
Otra etapa de la Escuela (capitán Julio Ríos Argüeso)
No cabe la menor duda de que la muerte del joven Villavi-cencio
influye en la moral de Kindelán, que por otra parte
había puesto todo su leal saber y entender en la viabilidad
de la ENA. A todo esto, por la Real Orden del 18 de enero
de 1917 pasa destinado al Estado Mayor Central, quedando
en suspenso las clases prácticas. Como responsable de las
instalaciones del campo queda el capitán Julio Ríos Argüe-so
quien realizó una importante carrera militar. Además el
capitán Ríos fue el primer piloto militar del mundo herido en
combate.
Durante el tiempo de la dirección de Kindelán la Escuela
formó a un total de 35 pilotos. Seis de ellos fueron homolo-gados
como pilotos militares en la reserva, lo que indica la
calidad de la enseñanza recibida.
Las actividades aéreas continuaron en Getafe, dado que
aumenta el número de socios del Real Aero Club y se cons-truyen
en el aeródromo unas dependencias rudimentarias,
que más tarde se ampliarían a un hangar de dimensiones su-ficientes
para resguardar a un par de aeroplanos.
Las pruebas del Real Aero Club se van realizando sobre los
viejos «Depesdusin» dotados con motores de 80 cv, mientras
que las de rodaje se hacen en aviones del mismo tipo con
motores de 35 cv, que no les permiten elevarse, recibiendo
por ello el apodo de «pingüinos».
En 1918, la «Escuela de Aviación Militar» queda oficialmen-te
bajo la dirección del capitán Ríos. Su labor es importante,
al iniciarse una nueva etapa en donde va a recibir aspirantes
militares y civiles, estos últimos mediante la tutela del Real
Aero Club de España.
Vista del Aeródromo 1925.
Panorámica de Getafe. 1935.