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tenor del estado en el que se encontraba la sociedad tras la
Guerra Civil.
El comandante de Cárdenas explicaba que el modelo de
formación se inspiró en el que utilizó Alemania, referente de la
época en lo relativo a la Aviación antes de la Segunda Guerra
Mundial, y que incluso los manuales que pos-teriormente
se utilizaron para la formación en
las Escuelas, se importaron de allí. En reali-dad,
existían con anterioridad en la Aviación
Militar española, concretamente la Segunda
República había creado varias con el mismo
fin a partir de 1937, que estaban vinculadas
a las fábricas, bajo la dirección de oficiales
mecánicos de Aviación. Las características
del reclutamiento de estos aprendices eran
idénticas a las que aquí se expondrán, y la
formación se adaptó a los momentos que la
guerra exigía. Al menos se publicaron cuatro
convocatorias: una para Godella (Valencia),
dos para Barcelona y la última para Alberca
(Murcia). Por ello, se puede considerar como
una continuidad de aquellos modelos.
Los aprendices no fueron privativos del
EA. El Ejército, y sobre todo la Armada, ha-bían
perpetuado los modelos heredados
con anterioridad a la Segunda República,
por idénticas razones de falta de idoneidad
de jóvenes que la sociedad podía ofrecer, para desarrollar
labores de mantenimiento de material3.
Cuando en 1940 el EA concretó su primer modelo de Espe-cialistas,
las convocatorias para las Escuelas de Aprendices,
y por tanto su formación, se amoldaron a aquellas directrices,
porque serían la cantera de los futuros suboficiales especia-listas4.
Y en 1942 se reestructuraron las Maestranzas aéreas,
definiendo el trabajo de los soldados-obreros y el del personal
pericial5. En ella se especificaron de manera básica las escue-las
de aprendices que ya venían funcionando, porque en las
Maestranzas se encontraba el otro futuro de los aprendices
que no quisieran o no pudieran ser militares.
Para que los títulos profesionales que se obtenían en las
Escuelas tuvieran la validez necesaria, y la enseñanza que en
ellas se impartía, en 1943 el Ministerio de Trabajo tutorizó e
inspeccionó las enseñanzas, así como la expedición de los
títulos obtenidos6. Desde el principio, se facilitó el acceso de
los alumnos de las Escuelas de Aprendices de las Maestran-zas
a los cursos de Ayudante de Ingenieros Aeronáuticos,
con el fin de mejorar los resultados de las Escuelas, y sobre
todo como un fuerte estímulo de estos7.
Reclutamiento y formación
La misión de las Escuelas era la formación rápida pero
concienzuda de operarios, sin llegar a una especializa-ción
absoluta, pero con una base sólida de cultura general,
disciplina y del oficio en que tuviera particular habilidad. La
especialización plena se adquiría en posteriores prácticas en
centros de mantenimiento o en las Escuelas de Especialistas
del EA, tras la superación de las oposiciones para el ingreso,
el que eligiera la dura vida militar.
Las convocatorias cambiaron a lo largo de los
años, dependiendo de las vicisitudes del mo-mento,
de los avances tecnológicos en materia
aeronáutica, que obligaron a modificar los mo-delos
de especialistas y de los cambios norma-tivos
en materia de formación del Ministerio de
Educación. Desde el principio podían acceder
los varones comprendidos entre los 16 y los 18
años de edad, de familia humilde que supie-ran
leer y escribir además de las cuatro reglas
aritméticas. Debido a las edades requeridas,
se necesitaba el preceptivo permiso paterno o
materno. Había otra serie de condicionantes de
carácter político, consecuencia de la época que
se vivía, que con el tiempo se fueron diluyendo
hasta desaparecer por completo. En un princi-pio
las plazas que correspondían a la escuela
de cada Maestranza eran cubiertas por los as-pirantes
de las provincias asignadas a ellas, en
número proporcional al de sus habitantes e in-versamente
proporcional a las posibilidades de
formación obrera de ellas. Las nueve primeras convocatorias
se asignaron a las Escuelas de las Maestranzas de Madrid,
Sevilla y León, y no siempre cubrían todas las provincias
del territorio nacional. Las plazas se asignaban en un 60 por
ciento a huérfanos de la Guerra Civil; el 20 por ciento a hijos