58 MARGARITA CIFUENTES CUENCAS
Las enfermedades, el hambre, el calor de los primeros meses, el frío
extremo posterior, así como las escaramuzas constantes con los enemigos y
los imponderables de una campaña sin igual y diferente a todo cuanto Napoleón
Bonaparte había conocido hasta el momento, habían ido menguando
aquel formidable Ejército, dejándolo reducido, en apenas cuatro meses, a
poco más de un tercio de lo que había sido.
Aquella tropa abigarrada, descompuesta y sucia, hacía días que había
dejado atrás la seguridad de Moscú, y formaba una larga columna que
parecía no tener fin, que se deslizaba lentamente por la estepa, siguiendo
las sinuosidades del terreno. Penosamente trazaba un camino de muerte y
desolación, buscando la manera de salir del infierno ruso, mientras se aproximaba
al temido río Berezina.
El discurrir por la inmensidad desierta y helada era lento. Los hombres
se movían despacio, como sombras, sorteando el frío, el hambre y la
nieve que todo lo cubría. Cada uno marchaba aislado en su miseria, ignorando
al vecino. Únicamente los juramentos y maldiciones al cielo que, de
cuando en cuando, se podían escuchar, daban testimonio de que se trataba
de soldados, de hombres de carne y hueso, y no de fantasmas. Pero no solo
se escuchaban las voces de soldados. En medio del sordo vocerío se distinguían
también voces femeninas. Y es que, en medio de la larga columna de
muerte, había también mujeres, y con ellas algunos niños, que con estoica
resignación soportaban los sufrimientos de tan terrible marcha, compartiendo,
como un soldado más, la suerte de sus compañeros de infortunio.
La retirada de Moscú. Laslett John Pott (1873)
Revista de Historia Militar, 129 (2021), pp. 58-102. ISSN: 0482-5748