![](./pubData/source/images/pages/page67.jpg)
66 MARGARITA CIFUENTES CUENCAS
de artículo necesario para la supervivencia cotidiana del soldado24, jugaron
un papel psicológico de vital importancia en los ejércitos, que en ningún
caso podemos desdeñar.
Muchas de ellas incluso prestaban dinero a los soldados y oficiales.
Las tiendas que, después de cada jornada, plantaban en los campos donde
pernoctaban las unidades militares, eran lugares comunales, verdaderos
puntos de encuentro y reunión para los soldados. Bajo la lona improvisada
de la cantina, dejaban pasar las largas horas de ocio hasta la llegada de la
noche, conviviendo los unos con los otros. Allí encontraban algo de comer y
de beber: una reparadora taza de café, un sorbo de “eau de vie” o un tazón de
buen vino caliente25. Y también hallaban un sitio donde disfrutar del tabaco,
y, sobre todo, de un rato de beneficiosa conversación.
Las cantineras conocían como nadie a los soldados de su regimiento,
con los que compartían su vida. Sabían tanto de sus sinsabores, que era habitual
que se crearan particulares vínculos de colaboración y socorro mutuo,
llegando a convertirse en verdaderas amigas y confidentes26. Ellas eran una
parte más de los ejércitos, tanto si estos estaban en campaña, como si permanecían
acantonados en guarnición. Las encontramos en todas partes, incluso
en las paradas del regimiento. Allí estaban ellas, permanentemente detrás de
las compañías de soldados, con su típico “bonnet de police” en la cabeza27,
sus botas a lo húsar y el característico tonelillo de licor recostado al dorso28.
Los barriles de las cantineras con los colores azul-blanco-rojo y el número
de la unidad o regimiento como identificación, normalmente llevaban además
un número de registro pintado a un lado para demostrar que el jefe de
administración de la División le había autorizado oficialmente.
24 Para evitar que el soldado tuviera que alejarse de su regimiento en busca de comida o
para procurarse los objetos de primera necesidad, el reglamento de 5 de abril de 1792
permitía a los vivandiers y vivandières seguir al ejército y proporcionar al soldado, a
precios razonables, todos esos objetos. El vivandier de un cuartel general no debía ser
jamás un militar, sino siempre un civil. PIGEARD, Alain: op. cit, pág. 335.
25 “Qué suerte cuando uno se encuentra en tierra inhóspita y lejana, mojado de agua
hasta los huesos y cuando está ya cierto de que se irá un día más a la cama sin cenar,
encontrar cerca de un buen fuego un trozo de jamón o un vol de vino caliente”. Ibídem,
pág. 49.
26 En las ciudades, cuando el regimiento estaba prestando servicio de guarnición, “apenas
se les prestaba atención”, y se les permitía, incluso, compartir las casernas con los soldados.
Pero en el campo, cuando el regimiento salía en campaña, todo era muy diferente.
Nos dice Marcel Baldet: ”Allí se tenía por ellas una cierta consideración, las más
afortunadas se convertían incluso en bellas compañeras” (BALDET, Marcel: La Vie
quotidienne Dans les Armées de Napoléon. Edit Hachette, París, 1964, pág. 50).
27 “Bonnet de police”, así se llamaba el cubrecabezas usado a diario por los soldados de
Infantería durante el Imperio. También era conocido como gorro cuartelero o de faena.
28 MORVAN, Jean: Le soldat Imperial (1800-1814). Plon-Nourrit, edit., París, 1904, vol
I, pág. 31.
Revista de Historia Militar, 129 (2021), pp. 66-102. ISSN: 0482-5748