ESPAÑA, PRIMAVERA DE 1939. RADIOGRAFÍA DE UN EJÉRCITO 17
Pero volvamos a Cataluña a finales del 38. El GERO no solo superaba
a los nacionales en número de hombres, sino también en material. Así, podía
alinear más de 700 piezas de artillería y 180 carros de combate, la mayoría
T-26, de origen soviético y armados con piezas de 45 mms. contra los que
nada podían hacer los Pz.I alemanes o los ‘carro veloce’ italianos de su
rival. El punto más débil del grupo de ejércitos era la fuerza aérea, pues no
superaba los 200 aparatos, de los que solo unos 70 eran cazas Mosca, si bien
sus pilotos habían demostrado a lo largo de la guerra gran pericia técnica y
elevada moral combativa, mostrándose hasta el final de la contienda como
una seria amenaza. Por su parte, para esta ofensiva, el Ejército nacional iba
a lograr concentrar más de un millar de bocas de fuego de todos los calibres
y casi 500 aparatos, de los que 200 eran cazas, 170 bombarderos y 75 aviones
de asalto. La logística era muy superior a la republicana y no tenían que
preocuparse por la retaguardia, pacificada, sólida y con una moral elevada.
El mayor problema de las unidades republicanas, además de la debilidad de
la línea de suministros, era precisamente la escasa moral de sus tropas, pues
la mayor parte de los militares veían que la guerra estaba ya perdida y sus
ciudadanos, exhaustos, solo tenían ya un único deseo: terminar de una vez
por todas con la guerra y las penalidades.
Para esta campaña, los nacionales iban a desplegar tres cuerpos de
ejército (CEs) en el frente principal: el de Urgel, de reciente creación, al
mando del general Muñoz Grandes; el del Maestrazgo, al mando de García
Valiño; y el de Aragón, al mando de Moscardó. A ellos había que añadir
cuatro divisiones italo-españolas al mando de Gambara como jefe del CTV
(Corpo Trupe Volontari, Cuerpo de Tropas Voluntarias). Hacia el sur se desplegaban
el CE de Navarra, al mando de Solchaga, y el CE marroquí, al
mando del general Juan Yagüe. En total eran unos 300.000 soldados agrupados
en 22 divisiones –una de ellas de Caballería- bajo el mando conjunto del
general don Fidel Dávila y Arrondo como jefe del Ejército del Norte. Los
republicanos, por su parte, podían oponer cerca de otros 300.000 hombres,
que se dividían en el Ejército del Este, al mando de Perea, y el del Ebro, bajo
Modesto, jefe de origen miliciano. El jefe del Estado Mayor republicano, el
mencionado general Rojo, no obstante creía que aún disponía de bastante
tiempo para reorganizar sus fuerzas y prepararse para la próxima ofensiva,
pues pensaba que Franco no estaría en condiciones de lanzarla hasta pasados
varios meses, pues sus unidades, aun vencedoras, también habían sufrido
durísimo desgaste en la batalla del Ebro. La hipótesis era cierta, pero la
capacidad de recuperación de una maquinaria bélica en plena inercia victoriosa
es rápida y contundente, como pronto se vería.
Revista de Historia Militar, 129 (2021), pp. 17-52. ISSN: 0482-5748